En esta entrevista el maestro Yoshio Onuki devela la emocionante historia que lo llevó a descubrir los primeros objetos de oro trabajados en todo el continente americano.
Así como, los orígenes de su fascinación y amor por nuestro país.
1.Estimado Señor Yoshio Onuki, su larga y notable investigación científica en nuestro país es bastante conocida. Para empezar esta entrevista nos gustaría conocer un poco sobre usted, antes de su primer viaje al Perú. ¿Dónde nació y se educó, cómo se origina su interés y pasión por la arqueología? ¿Cómo surge su primera expedición al Perú?
Nací en Tokio en 1937. Provengo de una familia de maestros. Mi padre era docente de la escuela primaria de Tokio, y mi abuelo era profesor en la ciudad Kanuma de la prefectura de Tochigi.
Frente a las amenazas que se vivían durante la segunda guerra mundial y el peligro del bombardeo en Tokio, mi familia migró a la ciudad de mis ancestros Kanuma, cuando cursaba el segundo año de la escuela primaria.
Permanecimos allí hasta que regresamos a Tokio en febrero de 1946. La estadía de un año en la zona rural fue muy interesante e importante para mí desarrollo, ya que tuve la oportunidad de que mi abuela me enseñara muchas cosas de la vida agrícola y la flora silvestre. Esta experiencia, creo yo, me marcó y me orientó hacia el estudio de culturas no urbanas, es decir culturas rurales y provincianas.
Me acuerdo que me gustaba leer libros de la historia de Japón y China. En el colegio empecé a aficionarme a subir y escalar montañas, al ingresar a la Universidad de Tokio entré a su club de alpinismo y mi interés en la historia me llevó hacia el estudio de territorios no explorados. Decantándome por la carrera de antropología cultural.
Al principio iba a estudiar la historia del área marginal entre India y China. Es decir, desde Tibet-Nepal por la parte del sur de China hasta Indonesia. Después de un año, me especialicé en el estudio antropológico de la historia humana.
Enterado de mi interés, el Profesor Seiichi Izumi me llamó, me habló del proyecto que recién empezaban en el Perú, me propuso ir al Perú y si tenía intención de seguir estudios e investigaciones ahí.
Sin saber nada sobre el Perú, no lo pensé mucho y decidí acompañar al Profesor Izumi en ese mismo momento.
Llegué en 1960 para participar en la primera excavación en las ruinas de Kotosh, Huánuco, como el miembro más joven de la Expedición Científica de la Universidad de Tokio a los Andes del Perú dirigida por el Profesor Seiichi Izumi. Tenía 23 años.
2.Nos interesa conocer sus impresiones sobre su contacto inicial con el Perú, las personas que le acompañaron, los peruanos con quienes desarrolló su labor. Asimismo, su vínculo y contacto con la comunidad nikkei en el Perú.
Debido a la situación económica del Japón de ese entonces, unos miembros de la expedición tuvieron que ir en el barco de la Compañía K-Line, que ofreció ayudarnos llevando tres pasajeros y las cargas de la expedición. Después de 45 días de un viaje “comodísimo» llegué al puerto de Callao el 17 de junio de 1960, el día de mi cumpleaños número 23.
La primera impresión que tuve del Perú fue su formidable riqueza. Tenían platos de comida con “carne de res”, frutas como la naranja y el plátano; por las calles y las amplias avenidas de Lima transitaban automóviles americanos últimos modelos; habían casas espaciosas y confortables, grandes mansiones, parques con árboles y flores; todas las cosas parecían avanzadas y prósperas en comparación con el Japón de esa época.
Japón tenía sólo 15 años de la derrota desastrosa de la segunda guerra mundial, etapa de crisis y reconstrucción, con carencia de alimentos (el plátano era una cosa de lujo y costaba muy caro, de la carne de res, ni hablar).
También me impresionó mucho la franqueza de la gente en general. Se saludaban afectuosamente con sonrisas y voz alegre. No estaban tan preocupados por “el protocolo”, la diferencia de edad, las categorías sociales y los títulos profesionales como en Japón.
La llamada “hora peruana». En los primeros tiempos, en ocasiones me molestaba. Tengo una anécdota sobre el particular.
El trámite de la aduana del Callao era muy tedioso. El agente de aduanas me hizo esperar muchas semanas para darme el permiso de desaduanaje, sacar y enviar los equipos de la expedición.
Un día llevé un cuchillo pequeño y lo puse en la mesa del agente sin decir nada. Él me preguntó ¿qué significaba? Le dije, “en Japón, cuando no se cumple la palabra, el hombre que incumple, se corta su barriga y muere para disculparse. Es para usted. Yo espero máximo hasta un día más”. Al día siguiente el trámite estaba resuelto.
Ahora ya no me preocupa tanto la impuntualidad, he tratado de acostumbrarme, adecuándome, procurando no ser tan puntual.
Antes de llegar al Perú, no tenía ningún conocimiento acerca de los inmigrantes japoneses.
Cuando iniciamos el trabajo en Kotosh, empezamos a frecuentar a
familias nikkeis de Huánuco, las visitábamos y asistíamos a algunas reuniones y fiestas.
Conocí con el tiempo a muchos isseis y niseis.
Los niseis mantienen las costumbres y la mentalidad que la generación de posguerra de Japón -como yo- habían dejado.
También percibía ¿un no sé qué? Me parecía que los niseis eran diferentes de los japoneses, me daba la impresión que había algo distinto en los niseis.
Algo que me sorprendió mucho fue el baile.
Los jóvenes, adultos y viejos, disfrutaban con música como el chachachá, merengue, bolero y vals peruano. Yo no sabía bailar y me daba vergüenza. Hasta hoy, después de más de 60 años, me da vergüenza, aunque me he acostumbrado un poco.
3.Dentro de su amplia labor, en el Perú, desde Kotosh a Kuntur Wasi, cuales son los hallazgos y aspectos más destacados que quisiera comunicarnos como resultado de este significativo y fructífero trabajo.
En la década de 1960 se pensaba que Chavín de Huántar era el punto del desarrollo de la civilización andina del cual provenían varias innovaciones como la cerámica, los grandes edificios de piedras labradas, esculturas de piedra (monolitos), agricultura con irrigación, templos y rituales sofisticados, etc.
En la excavación de Kotosh se encontraron templos edificados de piedra del período precerámico, y la cerámica bien elaborada, previos ala llamada cultura Chavín.
El Templo de las Manos Cruzadas de Kotosh se consideró él más antiguo de las Américas durante la década de los 60, lo que hizo cambiar el texto escolar de la historia peruana.
El esfuerzo de obtener nuevos datos de la época pre-Chavín me llevó al Callejón de Huaylas y a Cajamarca.
Llegué y excavé un lugar llamado La Pampa en el departamento de Ancash. Después fui a Cajamarca y ubiqué Huacaloma.
Luego de completar 5 temporadas de excavaciones en Huacaloma, Layzón, y otros sitios alrededor de la ciudad de Cajamarca, pudimos establecer una cronología más precisa de la larga historia en el valle de Cajamarca, desde el inicio de la cerámica y el asentamiento agrícola, hasta la conquista española.
Posteriormente, encontramos dos zonas arqueológicas, la de Cerro Blanco y la de Kuntur Wasi, en la provincia de San Pablo, Cajamarca.
Kuntur Wasi fue excavado en 1946 por arqueólogos peruanos bajo el auspicio de Julio C. Tello, quien tenía la hipótesis de que era una colonia de la cultura Chavín originaria de Chavín de Huántar.
Trabajamos en Kuntur Wasi en 12 temporadas desde 1988 hasta 2001.
Cabe destacar que existen cuatro épocas de actividad en el templo de Kuntur Wasi.
La segunda es la etapa de un nuevo plan del templo con un nuevo estilo de cerámica, nuevo plan de edificios y plazas, con tumbas con objetos de oro.
La cerámica era considerada del estilo Chavín; pero el análisis y comparación de los datos de los sitios arqueológicos de la sierra y la costa nos hicieron pensar que era de la cultura Cupisnique en la costa norte.
La cerámica y el oro provienen de la cultura Cupisnique que era más antigua que la Chavín.
Los magníficos objetos de oro descubiertos en aquella época, eran la primera obra artística de oro no sólo del Perú sino de toda América.
Con la ayuda local, y del gobierno de Japón construimos el Museo Kuntur Wasi, con el fin de preservar, resguardar y exhibir los resultados de la excavación.
Se proporcionó a la Asociación Cultural Kuntur Wasi del pueblo del mismo nombre, todos los objetos de oro, cerámica, y otros restos arqueológicos. Actualmente, un comité de pobladores del lugar lo administra con toda seriedad y diligencia.
Esta acción inclusiva y participativa de la comunidad, ha incentivado al pueblo a tener responsabilidad para preservar y proteger la zona. No existiendo ningún intento de huaquería ilegal, a pesar de descubrimientos de restos de oro de incalculable valor histórico.
Después del trabajo en Kotosh, emprendí un viaje hacia la costa y sierra norte. Visité desde Tumbes hasta Lima por la costa; Cajamarca, Huaraz y Chavín de Huántar por la sierra.
La diversidad de zonas ecológicas, la topografía arriesgada, inhóspita y algo salvaje del país me encantaron, tanto que aún ahora me fascina observar el mapa del Perú e imaginar ¿cómo será el viaje por esta ruta o por aquella?
No me canso de hacer viajes imaginarios por todas las regiones del Perú en el mapa.
En realidad, he hecho varios viajes por vía terrestre. Actualmente, sólo me falta visitar una zona: Madre de Dios.
Las demás provincias del Perú las conozco. Tengo la satisfacción de haber viajado y conocido gran parte de las inaccesibles tierras de los recónditos pueblos de Perú.
4.¿Cuál es el horizonte y proyección de su trabajo? ¿Qué actividad le resta por concluir y cuál es su legado para las actuales y futuras generaciones de investigadores?
La gran acogida y recepción del Perú hacia nuestras investigaciones, ha sido el incentivo principal de la continuidad de nuestros estudios y de seguidores japoneses.
Siempre hemos sido tratados muy bien por el público y los especialistas peruanos. Existe una relación de confianza y respeto hacia nuestro trabajo. Nos brindan materiales e investigaciones sin reserva, nos han ayudado a llegar a zonas arqueológicas, y aportan a nuestras investigaciones con información y conocimientos del lugar.
En las universidades, institutos y museos; instituciones gubernamentales, municipalidades y estaciones policiales, todos son muy amables y nos tratan bien
Contamos con 5 a 6 generaciones de arqueólogos japoneses que están haciendo estudios e investigaciones en coordinación con los colegas y estudiantes peruanos.
De mi parte me han otorgado varios homenajes, condecoraciones y Doctor Honoris Causa, y otros reconocimientos en el Congreso de la República y Universidades del Perú.
5.Cuéntenos su sentimiento hacia el pueblo de Perú, su gente, su idiosincrasia, su cultura, gastronomía. ¿Qué aspectos y costumbres del Perú le agradan?
En Huánuco, Cajamarca y Kuntur Wasi, pasamos mucho tiempo viviendo cerca de los sitios de excavación y nos hicimos amigos de los habitantes de la cercanía.
Hemos asistido en varias ocasiones a sus fiestas familiares, y nos sentimos como un miembro más de la población local. Fuimos parte del pueblo durante aquellos años, comiendo, tomando y compartiendo con su gente. También hemos jugado fútbol formando el equipo de los arqueólogos.
La calidez del pueblo peruano. Su carácter alegre. Su facilidad de mostrar amistad, cariño y afecto entre amigos.
La franqueza de intercambiar opiniones e informaciones.
Su deliciosa gastronomía. Su naturaleza bella, exuberante y “cruel” a veces del país son los elementos más atractivos para mí, mis colegas y los jóvenes estudiantes japoneses que van al Perú.
No solo me enamoré del Perú. Sino que me casé con una mujer nisei limeña.
Ella vino a Japón para vivir conmigo y ahora vivimos en Tokio. Tenemos tres hijos y dos nietos. Todos tienen la experiencia de haber pasado algún tiempo (meses o años) en Perú y les gusta mucho, también su comida criolla.
Mi esposa es del tipo “un poco furui” como los niseis, especialmente de la generación de mujeres que nacieron antes del año 1950.
Ellas piensan que la función de la mujer en el matrimonio es cuidar de la familia. Mi esposa cumple muy bien este rol, a pesar de sufrir la dificultad del idioma, idiosincrasia y costumbres del Japón. A ella, desde estas líneas, mi agradecimiento.
6. ¿Los peruanos cuidamos nuestros patrimonios históricos como deberíamos? ¿Qué sentimiento le embarga cuando en las noticias ve que pobladores invaden tierras aledañas a unas zonas arqueológicas para levantar sus precarias viviendas?
De vez en cuando me entero de las noticias de maltrato de los sitios arqueológicos.
Las huellas de la huaquería las he visto innumerables veces y cada vez me da más pena.
El ministerio de cultura y sus órganos regionales y provinciales, o sea las instituciones y sus autoridades, deben hacer esfuerzos para proteger el patrimonio nacional.
Hay dos maneras de hacerlo:
1. Uno es la educación, escolar y pública, en las escuelas y a través de conferencias y museos, y propagar la idea de que las cosas obtenidas a través de la huaquería no tienen valor, ni económico ni cultural. Aún así, los objetos de oro son baratos si están fundidos o cortados, porque no tienen peso, máximo 500 gramos y además no son de oro puro sino mezcla o aleación con otros metales. Debemos difundir el verdadero valor histórico de este patrimonio cultural.
2. Segundo es que tenemos que proporcionar información transparente sobre la administración, sobre todo, las finanzas del sitio arqueológico o del museo en cuestión. El sitio restaurado o el museo cobran el ingreso. Los pobladores piensan que se está ganando mucho. Pero hay que enseñar cómo administrar y gestionar la economía de la zona arqueológica. Existen gastos de mantenimiento, y generalmente no queda ningún ingreso sobrante. La gente cree que un museo o sitio es rentable y se obtiene ganancia, y piensan que se debe distribuir la ganancia entre los moradores cercanos, pero es falso. Vale la pena solicitar la colaboración de la gente local para participar en las actividades, y realizar esfuerzos para que el público y el poblador sean parte integrante del museo o sitio. Se involucren y se comprometan con la gran herencia cultural y patrimonio histórico del Perú.