SUPERAR EL IJIME, TAREA DE TODOS

POR: ROCÍO FERNÁNDEZ / Ed.213 MAYO-JUNIO 2021

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El ijime, acoso escolar o bullying es un fenómeno mundial que en Japón adopta ciertas particularidades.

Probablemente conozcamos casos cercanos y varios de nosotros hayamos vivido la experiencia como víctimas. Sabemos las terribles consecuencias que ocasiona. Se sabe que principalmente la presión académica y la poca gestión emocional conlleva a esta descarga de frustración y emociones desagradables en otro compañero. Las estadísticas no parecen mejorar y demuestran un problema que debe ser atendido más eficientemente.

Existen casos que han sido superados de manera exitosa con el esfuerzo de la familia y el entorno inmediato. Compartimos las experiencias de personas que, como la mayoría de nosotros, provienen de familias que decidieron migrar y criar a sus hijos en Japón, y que encontraron los medios para solucionarlo.

Con el deseo que estas líneas reflejen el sentir de cada uno, pero sobre todo con el respeto y esperanza para mirar y afrontar este problema con fortaleza y optimismo, de forma integral, inclusiva y comunitariamente.


DIANA

Diana llegó a los 11 años a Japón y al entrar a la secundaria básica acababa de mudarse a una prefectura diferente. “No conocía a nadie, no tenía amigos, era poco sociable y hablaba poco japonés. Nadie se me acercaba, si pasaba al lado de algún compañero y lo rozaba, éste hacía gesto de susto y se “limpiaba”. Sentía que no querían que estuviera allí. Al hacer deporte igual, no me escogían para hacer grupo y terminaba practicando sola. Finalmente, yo también me apartaba”.

Diana sufrió uno de los tipos de Ijime más frecuentes en las escuelas japonesas, ser ignorada y excluida del grupo. Durante seis meses vivió esta situación embargada de una tristeza profunda por no poder acoplarse a su nuevo mundo. “También sentía mucha cólera y pensaba que no tenía que irme sólo por darles gusto”.

En los descansos, para pasar el rato, escribía letras de canciones en español que le gustaban. Posteriormente, encontró apoyo en una amiga también extranjera, formaron un grupo y progresivamente fue integrándose; los demás compañeros vieron cómo se acoplaba, la conocieron mejor y cambiaron poco a poco su actitud.

Para Diana fue decisivo contar con el apoyo de sus padres, sobre todo de su madre. “Mi mamá siempre estaba pendiente, mantenía contacto con el colegio e iba a verme a la salida. Se daba cuenta cuando algo me pasaba, me decía que desfogara, que botara todo lo que sentía, entonces yo lloraba muchísimo. Después de eso siempre me sentía mejor y con fuerzas para seguir, de ella aprendí el lema ‘nunca tirar la toalla’ ”.

Piensa que en estos casos es indispensable tener el apoyo de los padres al 100%, “los niños sufren y luchan solos, están perdidos, no saben cómo parar el Ijime, se guardan para sí mismos lo que están pasando. Si tienen ese respaldo pueden ser más fuertes y no dejarse vencer por estas personas que están actuando mal”.


LUIS

A diferencia de Diana, Luis no tenía problemas con el idioma. Su madre nos cuenta que por reveses familiares tuvieron que cambiarse de ciudad cuando tenía 9 años y la diferencia que encontraron en el nuevo colegio fue abismal: “un ambiente poco cálido, un trato menos amable y académicamente sin el refuerzo que teníamos anteriormente”.

Al tratar de relacionarse y jugar con los otros niños, éstos lo presionaban para que hiciera lo que le decían y lo amenazaban con acusarlo a la profesora si no obedecía. Cuando entraba al baño le golpeaban la puerta y le gritaban.

“Luis no quería ir al colegio, sentía que no se integraba, que lo trataban diferente por ser el único extranjero, tanto sus compañeros como su profesora de aula, quien mostraba poca paciencia a pesar de conocer los antecedentes familiares. Muchas veces lo ignoraba en clase o lo llamaba mentiroso”, nos cuenta su madre, quien vio necesario reunirse con la profesora y autoridades del colegio en numerosas ocasiones. En todas ellas se acompañó de la traductora del área educativa de su prefectura: “fue importante ir con ese respaldo, no sólo por el idioma sino porque es alguien que se pone en tu lugar y sabe gestionar estas situaciones. Como padres, es fácil perder la paciencia”.

El colegio reconoció la responsabilidad de la profesora y también optó por mezclar las secciones del grado. La situación ha mejorado progresivamente, Luis ahora tiene un grupo de amigos con los que se junta, ya no desarrolla alergias producto del estrés y es más abierto a contar lo que le sucede.

“Debemos estar atentos a la parte emocional de nuestros hijos, no subestimar las manifestaciones físicas o emocionales que veamos, consultar a especialistas y saber pedir ayuda. Tenemos que sembrar su confianza involucrándonos en su mundo, conocer qué les interesa, qué necesitan, ser parte de ellos”, recomienda la madre.


NICHOLAS

Nicholas nació en Japón, pero fue pocos meses a la guardería y por temas familiares pasó un año y medio fuera del país. Al retornar, ingresó al segundo grado de primaria y tuvo problemas con el idioma. Su madre comparte: “pedí que fueran pacientes hasta que ganara fluidez, pero el profesor era rudo en su trato, constantemente lo gritaba delante de todos para llamarle la atención cuando se equivocaba porque no entendía las instrucciones; una vez lo gritó con mucha ira, hablé con el director y él respaldó ese trato. Mi hijo no quiso volver a clases, el impacto emocional fue muy fuerte”.

Consecuencia de ello, la madre solicita el cambio de colegio; después de mucho la junta educativa de su ciudad accede, sin embargo, la situación fue peor. “Debido a los antecedentes, la disposición del nuevo colegio no fue la mejor. Además, un compañero lo molestaba constantemente, un día lo pisó fuerte porque se quedó dormido y el profesor de aula dio una versión diferente. En otra ocasión, Nicholas quiso defenderse y la profesora suplente lo reprendió. Nos llamó mentirosos, haciendo referencia a que la agresión anterior era falsa. La actitud principalmente del tutor era lamentable, tenía mal carácter y no era el primer caso de un niño afectado por su trato”.

El estado emocional de Nicholas se afectaba cada vez más. “Conversé con el director y los profesores ante cada incidente, siempre acompañada de alguien que tradujera, pero el colegio no acataba las recomendaciones de la junta. Fuimos al psiquiatra y psicólogo donde recibimos apoyo y obtuvimos un certificado médico para que me permitieran permanecer en el colegio durante las horas de clase. No entraba al aula, pero el sólo saber que estaba cerca le daba seguridad”.

En medio de altibajos y después de dos años, Nicholas empezó a ir solo al colegio desde enero, ahora juega y comparte con otros niños. “Actualmente hay mayor seguimiento de la junta educativa, están más pendientes de lo que sucede; desde hace un año hay una psicóloga de apoyo que ha nivelado a Nicholas y que es intermediaria en todos los casos detectados en el colegio”. “Como madre ha sido una lucha, pero ha valido la pena. Hay que creer lo que dicen los hijos y apoyarlos, no dejarlos solos. Si algo sucede, estar pendientes y actuar, los resultados no son inmediatos, pero se sienta un precedente. Hay que perseverar y no dejar de darles soporte”, concluye la madre.

Si algo tienen en común estas experiencias, es el valor del apoyo familiar para enfrentar y superar este tipo de situaciones. Muchos padres trabajamos largas horas, debemos saber que es nuestro derecho pedir permiso laboral cuando se trata de asuntos del colegio o educación de nuestros hijos.
Conectarnos emocionalmente con nuestros hijos, conocer, comprender y aceptar cómo son, sienten, piensan y hacen; mantener una comunicación fluida escuchándolos más y mejor, brindar tiempo en cantidad y calidad, son elementos clave para establecer un vínculo sólido y será un determinante para que en casos de acoso y hostigamiento tengan la seguridad de contar con nuestro apoyo y amor incondicional.

 

Rocío Fernández Psicóloga y psicoterapeuta
Responsable del Consultorio Psicológico del
Centro Educativo Marce International

www.marceinternational.jp
MarceInternational