POR: EDUARDO AZATO / Ed.212 MARZO-ABRIL 2021
Se cumple, el 11 de marzo, una década de la tragedia combinada que sumió al Japón en una seria crisis. Terremoto, tsunami y desastre nuclear se cobraron alrededor de 20 mil vidas entre fallecidos y desaparecidos, así como múltiples daños en viviendas e infraestructura pública. Las explosiones y fugas radiactivas en la planta de energía de Fukushima Dai-Ichi, son un episodio que aún continúa vigente luego de 10 años.
El segundo mayor desastre nuclear de la historia, tras Chernobyl, obligó a alrededor de 37 mil personas a dejar sus lugares de residencia, las que en gran número se niegan hoy a retornar a los que fueron sus hogares. Algunas rehicieron sus vidas en otras prefecturas y otras aún se encuentran en calidad de refugiadas.
Según una investigación de Kyodo, solo un 30% de residentes en Fukushima está satisfecho con los trabajos de reconstrucción hechos en estos diez años, un porcentaje claramente bajo, en comparación con la aceptación de pobladores de Miyagi (80%) e Iwate (66%), las otras dos prefecturas de la región de Tohoku que fueron mayormente afectadas por el cataclismo.
De otro lado, el proceso de remoción del combustible derretido de los reactores -a decir de los expertos, una de las partes más difíciles para continuar con el proceso de desmantelamiento de la planta-, inicialmente planeado para iniciarse este año, será pospuesto varios meses por causa de la pandemia del coronavirus, que retrasará los trabajos de fabricación de un brazo robótico en Inglaterra, a enviarse al Japón solo el año que viene. La Tepco cree que toda la planta podría ser desmantelada entre los años de 2041 y 2051.
EL PERUANO DE “DAI-ICHI”
Shigeru Higuchi llegó al Japón en 1990 y hoy se desempeña en una profesión que requiere de mucha especialización. Trabajó durante mucho tiempo en muchos centros de energía nuclear en el país, instalando maquinaria que convierte esta energía en electricidad. Fukushima Dai-Ichi, que puso al Japón al borde de una tragedia mayor, fue una de ellas. Laboró allí hasta el 10 de marzo, la víspera de la tragedia que recordamos en estos días.
“Pese a los años, es inevitable sentirse triste al recordar la fecha y lo que sucedió luego con la región en la que se encuentra la planta nuclear. Viví mucho tiempo allí, por lo que estuve en contacto con la gente local y conviví con muchos lugareños. Por mi trabajo, visitaba la central de energía con frecuencia y siempre, junto a mis compañeros, nos hospedábamos por varias semanas en el distrito de Ukedo, ubicado en Namie-machi, un pueblo que vive de la industria pesquera, el más cercano a Fukushima Dai-Ichi. Allí la compañía rentaba un “minshuku” -una especie de casa de huéspedes- regentado por una familia del lugar, con la que hice amistad. Cuando me enteré que el tsunami ingresó a Fukushima, mis primeros pensamientos fueron hacia mis compañeros y la gente que nos atendía en el alojamiento. Ese lugar debe haber desaparecido cuando entró el mar, me imagino”, recuerda.
Higuchi es un técnico especializado en instalaciones de maquinaria pesada de alto voltaje. Actualmente trabaja en el sector de seguridad en una compañía que administra energía eléctrica en los 23 distritos de Tokio. Pero hace una década, en otra empresa, instalaba y daba mantenimiento a maquinaria en plantas de energía como Fukushima Dai-Ichi y Dai-ni, y otras subestaciones de distribución de energía a lo largo del país. “Trabajaba en la planta de Fukushima, pero no en la zona siniestrada donde se encuentran los reactores, en la que se originó el desastre, sino en otro sector en el que se convierte la energía en electricidad, propiamente dicha, la que se usa en las ciudades. Nuestro trabajo consistía en instalar toda la maquinaria que se usa a manera de interruptores, ver su mantenimiento y todo lo referente a su seguridad, tras su paso por conversores y transformadores de gran voltaje (500 mil voltios)”, explica.
En las plantas trabajan centenares de personas, no solo funcionarios de la Tokyo Electric Power Company (Tepco), responsable de la misma. Higuchi, por esas cosas del destino, tenía programadas sus tareas hasta un día antes de los sucesos, tras lo cual debió ir a Tokio, para retornar a la semana siguiente, según su agenda de trabajo. De no haber sido así, hubiera sido testigo de la magnitud del maremoto y la angustia de vivir “in situ” la destrucción que causó. Cuando se enteró que el mar había ingresado a Fukushima Dai-Ichi, supo lo que ello significaba y no demoró en imaginarse la gravedad de la situación. “Allí trabajan también empleados de varias empresas que prestan servicios dentro de la planta. Casi todos viven en las ciudades cercanas, las que debieron ser evacuadas. Estaba comisionado para trabajar hasta el día 10, por lo que retorné a Tokio un día antes de la catástrofe. Después me enteraría que mis compañeros de trabajo fueron rescatados ilesos al día siguiente por varios helicópteros, porque pudieron resguardarse en las partes altas de los edificios de la planta. Las cosas que vieron, fueron increíbles”, rememoró.
“SUPERÓ LO IMAGINABLE”
“La catástrofe fue causada no por el terremoto, sino por el tsunami. Con un sismo, automáticamente para de funcionar la electricidad y entran a tallar los generadores de enfriamiento de petróleo, que venían cumpliendo con su labor de bajar la temperatura en los reservorios. El problema fue que se encuentran dentro de pabellones que están cerca al mar y, minutos después, con la llegada del tsunami y el ingreso de las aguas, esta maquinaria resultó dañada y paró de trabajar. Conozco el lugar y me resulta increíble pensar que la altura del agua superó los gigantescos rompeolas y murallas que se levantaron para proteger la planta. Es impresionante y, como dicen, superó los cálculos de los constructores del complejo sobre el tamaño de las olas en un probable maremoto”, explica.
Higuchi es consciente de los peligros de la radiactividad, por lo que está acostumbrado al rigor de las medidas de seguridad que deben guardarse al exponerse a ella. Riesgos calculados al mínimo detalle y medida. De hecho, debió retornar a Fukushima Dai-Ichi algunas veces, luego de la catástrofe. “Si bien es cierto, hay muchos pabellones en los que la actividad está paralizada, hay mucha maquinaria de la empresa en la que trabajaba que debíamos inspeccionar. Como con los carros, también deben pasar cada cierto tiempo por una revisión técnica. En esas ocasiones, los funcionarios deben prepararse muy bien vistiendo hasta ropa interior especial y esos trajes que parecen de astronauta, cerrados herméticamente, y siempre portando un medidor que les va notificando los niveles de radiactividad en cada ambiente. Generalmente, se debía hacer todo el trabajo en unas tres horas, tiempo límite de exposición que se podía tener. Tras ello, toda la indumentaria es guardada en bolsas que serán desechadas y debe cumplirse otro proceso individual para descontaminación, si fuera el caso. Las empresas no obligan a sus empleados a exponerse a la radiación, misiones como ésa siempre son voluntarias y uno de nuestros familiares siempre tiene que firmar una autorización”, recuerda.
¿Y cómo así terminaste llevando al periodista Raúl Tola a Fukushima Dai-ichi?, le pregunto (ver cuadro): Fue un hecho fortuito. Yo estaba en el aeropuerto despidiendo a unos amigos, cuando me pidieron que ayude a unas personas que hablan español y que necesitaban ir a Tokio. Ni siquiera sabía quién era. Conversando con ellos en el trayecto, me preguntaron qué hacía en Japón. Ya te imaginarás cuando se enteraron que trabajaba con electricidad y que hasta hace unos días lo hacía en Fukushima Dai-ichi. Al día siguiente me llamó y acepté llevarlos para hacer el reportaje, a condición de que abastezcan la gasolina, bastante escasa por esos días, si recuerdas. Felizmente, con su pase de periodista y mis conocimientos de la zona, ya que muchos caminos estaban destruidos por el terremoto, pudimos llegar muy cerca del lugar del desastre y pudieron hacer su reportaje”.
“Se de mucha gente conocida que tuvo que salir como refugiada abandonando sus hogares y se mudó a prefecturas distantes como Kyoto. Vivo en Saitama, a la vuelta del Saitama Super Arena, donde estuvieron miles de personas evacuadas desde las ciudades aledañas al centro nuclear. Acudí allí en la esperanza de ver si todos mis amigos y conocidos se encontraban bien. Felizmente encontré a algunos entre los refugiados. Me dio mucho dolor cuando me enteré que los pueblos en los que llegué a vivir por largos períodos desaparecieron del mapa tras el tsunami. Alguna vez comenté en familia que me gustaría mucho vivir en esa región, que tiene lugares muy bonitos con mucha naturaleza, con mar y montañas, poblada por gente muy hospitalaria y amable”, finaliza Higuchi.
Periodista Raúl Tola: “EXPERIENCIA DE VIDA”
Raúl Tola fue de los primeros periodistas latinoamericanos que llegó a Japón para cubrir las incidencias de las catástrofes de marzo del 2011. Llegó a la semana de ocurrido el desastre y cuando la situación de la planta de energía nuclear de Fukushima Dai-Ichi era toda una interrogante.
Diez años atrás, Tola era reportero del programa “Cuarto Poder” y junto al camarógrafo Julio Mathews, fueron los enviados especiales de los medios peruanos que más cerca de la zona de desastre consiguieron llegar.
Con ellos, también conformaron el grupo que llegó a Fukushima, el periodista Percy Takayama y Shigeru Higuchi, que por su trabajo en la planta conocían la zona y se ofrecieron a llevarlos.
Contactamos a Tola, quien desde Madrid, donde reside actualmente, nos dio sus reflexiones a una década de transcurridos los hechos.
“Creo que fue una de las experiencias profesionales más intensas y conmovedoras de mi vida. Nuestro propósito era llegar lo más cerca que se pudiera a la central nuclear y llegamos a estar a cerca de un kilómetro y medio de ella. En el camino, cruzamos pueblos devastados, cubiertos por inundaciones, y encontramos carreteras destruidas e inservibles. Por casualidad llegamos al “J-Village”, un centro de alto rendimiento deportivo que fue usado por la selección argentina como punto de concentración en el mundial de fútbol Japón-Corea 2002. Ahí se habían concentrado los equipos de seguridad nuclear y estaba desplegado todo el dispositivo para intentar controlar la emergencia de Fukushima. Recuerdo que el campo de fútbol aterrizaban y despegaban helicópteros enormes, los mismos que se encargaban de echar agua a la central para bajar el calor e impedir que entrara en fisión. También que todo el personal llevaba trajes de seguridad que los cubrían íntegramente, con mochilas y máscaras de oxígeno. Nuestra única protección eran unas mascarillas higiénicas desechables, como las que se usan ahora en tiempos de coronavirus”, recuerda.
Fueron días de mucha confusión y congoja en el país. Una década después, el periodista lo valoró así: “A mí me impresionó mucho la disciplina de los japoneses. La consciencia de que el respeto a la autoridad es indispensable para una convivencia civilizada y, sin duda, para afrontar una crisis de esa magnitud. Los pueblos que habían sido arrasados por el terremoto y las inundaciones estaban vacíos, sin ninguna clase de protección militar o policial, y a nadie se le ocurría aprovechar la tragedia para entrar a esas casas y robar (algo que yo mismo vi en otro terremoto, el de Pisco de 2007, cuando la ayuda humanitaria comenzó a llegar por carretera y los camiones empezaron a ser saqueados). Mi impresión fue que en la sociedad japonesa todos tenían sus responsabilidades asumidas, que enfrentar la emergencia era cuestión de todos, que cada uno tenía una responsabilidad a su medida”.
Diez años después
LAS CIFRAS DE LA TRAGEDIA
15,899 personas fallecidas
2,527 en calidad de desaparecidas
6,157 personas heridas
22 prefecturas del país afectadas
42 mil personas en calidad de refugiadas
404,912 viviendas parcial o totalmente colapsadas
12,001 viviendas incendiadas o inundadas
730,392 viviendas parcialmente dañadas
4,198 carreteras dañadas
116 puentes dañados
207 deslizamientos de tierra
29 autopistas de alta velocidad dañadas
*Datos de la Agencia Nacional de Policía y la Agencia de Reconstrucción Nacional (actualizados hasta diciembre del 2020).