TEXTO Y FOTOS: MARIO CASTRO GANOZA / Ed.225 OCT – NOV 2023
La peruana Sheyla Ito es jefa del departamento de traductores de castellano del Hospital Minami Yamato de Kanagawa, el primer nosocomio en todo Japón que cuenta con un servicio de este tipo
Tenía 13 años cuando llegó a Japón y fue el acoso (ijime) que sufrió en la escuela, lo que le sembró una idea que luego se convirtió en un objetivo de vida: si quería sobrevivir en este país tan diferente al suyo, debía aprender su idioma.
Con el tiempo y a medida que comenzaba a domar sus primeros kanji y a entender cómo funcionaba la sociedad donde ahora vivía, la idea que nació de su instinto de supervivencia fue transformándose en un sentimiento más sublime: solidaridad. “Al principio el idioma me sirvió para defenderme del ijime, sobrevivir en la escuela y salir adelante, pero luego y a medida que ayudaba a otras personas que tampoco entendían japonés, sentí que no había nada más hermoso que servir de puente entre dos personas que no se entienden, ni nada más satisfactorio que eliminar las distancias que imponen las diferencias de idioma y cultura”. Fue allí cuando la peruana Sheyla Ito decidió convertirse en traductora, un objetivo que con el tiempo, superó con creces.
Pero regresemos a la época del ijime escolar, porque no solo fue el escenario donde nació su vocación como traductora, sino donde Sheyla demostró su temperamento y fuerza de voluntad. Acosada por ser diferente, una “gaijin (extranjera), la peruana aprendió a defenderse utilizando las mismas estrategias que sus acosadoras utilizaban con ella.
“El acosó escolar, que sigue siendo un problema muy actual en las escuelas japonesas, por definición se hace a escondidas, cuando los maestros y adultos no lo ven, así que comencé a evidenciarlo. Como ya sabía hablar un poco de japonés, lo denunciaba con los maestros y adultos en general”, recuerda la peruana. Y el ijime disminuyó, pero no desapareció. Allí fue que Sheyla entendió que no solo necesita el idioma para sobrevivir, sino algo quizás más importante: un poco de carácter. “Empecé a enfrentar a mis acosadoras, ya no las evadía, corría o me escondía sino que les plantaba cara, discutía con ellas”. Y dejaron de molestarla. “Obviamente fue difícil encontrar el valor necesario para enfrentarlas, pero a mí me funcionó y quizás es la única salida que existe para superarlo, porque el ijime en general y el escolar en particular, es cobarde, por eso cuando lo enfrentas desaparece”, aconseja Sheyla, actualmente madre de dos hijos.
Un cambio traumático
Sheyla Ito Benitez nació y se crió en Lima, la capital del Perú, entre el populoso y pujante distrito de San Juan de Miraflores y el tradicional y bohemio distrito de Barranco. Todo eso hasta los 13 años de edad, cuando su vida dio un vuelco porque de forma intempestiva su familia debió mudarse al otro lado del mundo, específicamente a la prefectura de Fukuoka ubicada en el extremo norte de la isla de Kyushu.
“Nosotros llegamos a Fukuoka como dekasegi y cuando no existía ningún tipo de apoyo o información para los extranjeros. Incluso, yo fui la primera extranjera en estudiar en el colegio en el que me pusieron mis padres, por eso sufrí tanto iijima y al año de vivir en Japón me quise regresar al Perú. Luego me di cuenta de que mis padres tampoco la pasaban bien, que también eran marginados y tenía problemas de adaptación, así que dejé de pedirles que regresemos al Perú, decidí dejar de ser un problema para ellos y hacer algo para salir adelante. Y así lo hice”, recuerda Sheyla.
“Si bien la época más difícil que pasé con el ijime fue en la escuela, he sufrido de ijime toda mi vida. Cuando un extranjero inicia algo o entra a un nuevo empleo aquí en Japón, tenga el título que tenga siempre será un extranjero, nunca será considerado como una persona local, japonesa. Eso es algo que todos experimentamos en menor o mayor medida, con lo que debemos luchar todo el tiempo y es también una forma de discriminación. No digo que solo sucede con los extranjeros, porque muchos japoneses también pasan por este tipo de experiencias. Pero lo que sí es cierto es que como ya dije, en Japón un extranjero siempre será un extranjero, así viva toda su vida en este país y entienda perfectamente su idioma y cultura”, indica Sheyla.
“Una vez por ejemplo, me llamaron para hacer traducción en un municipio de Kawasaki, y cuando llegue al lugar los funcionarios del municipio intentaron minimizarme porque vieron que también era extranjera. Ellos esperaban una traductora japonesa. Y te estoy contando que esto sucedió y sucede en un ámbito oficial donde se supone que todo debe ser más equitativo, inclusivo, que deben ser más amables y considerados con los extranjeros porque también somos ciudadanos y pagamos los mismos impuestos y cumplimos con las mismas obligaciones que un japonés común y corriente. Muchos japoneses creen que por que uno es extranjero no sabe dónde está parado. Les resulta difícil entender o aceptar que el extranjero habla japonés y entiende perfectamente todo lo que ellos dicen o cómo actúan. Y eso es algo que debemos enfrentar todos los días”, acota la peruana quien agrega: “Para mí lo importante es nunca considerarse una víctima, no dejar que te victimicen por que inmediatamente te colocan y te colocas en un nivel inferior”.
Traductores por necesidad
En la actualidad para ser traductor se estudia, aunque no todas las universidades del país han implementado la cátedra de idiomas porque es una carrera bastante reciente. De hecho y cuando Sheyla estaba en la escuela ser traductora no era una profesión, era una habilidad que la segunda generación de inmigrantes de la cual ella forma parte, adquirió en la vida diaria, poco a poco y debido a las necesidades de comunicación de sus amigos y familiares. Porque Sheyla al igual que muchos otros niños extranjeros en general y peruanos en particular, comenzó como traductora de sus padres, luego de sus amigos, luego del amigo del papá o la mama que necesitaba hacer algún trámite o ir al hospital, posteriormente de los compañeros de trabajo en la fábrica y así sucesivamente.
Para la mayoría de los dekasegi/inmigrantes de segunda generación eso de ser traductor es algo pasajero, ya que más temprano que tarde emprenden otro camino, estudian otra carrera, trabajan en otra cosa. Sheylla ya lo escribimos, decidió quedarse al píe del cañón. Por empatía o por solidaridad o por ambas cosas decidió seguir ayudando a otros extranjeros como ella, por eso cuando terminó la escuela secundaria (koko) y con tan solo 18 años de edad, aceptó el trabajo que le ofrecieron como traductora en la Oficina de Migraciones de Fukuoka. Pero su carácter, su sentido de lo correcto y su identificación con el problema ajeno hicieron que esa experiencia durara poco.
“Por lo general tenía que ver casos de visas truchas (falsas), y era muy duro ver como deportaban a alguien, me afectaba mucho emocionalmente, se me rompía el corazón. Por eso, siempre trataba de darle alguna solución al problema y le sugería alternativas a los oficiales de inmigración para que la persona se quede en Japón, y eso generaba que me llamaran constantemente la atención porque la inmigración me decían que yo no podía ponerme de parte del extranjero, que yo trabajaba para ellos”, relata Sheyla.
Todo esto generó que luego de vivir siete años en Fukuoka la vida de la peruana volviera a dar un importante giro, la diferencia es que esta vez fue algo que ella misma decidió: se mudó a la ciudad de Kawasaki (Kanagawa) en busca de nuevos horizontes.
Con el tiempo Sheyla se instaló en la ciudad de Yamato (Kanagawa), se casó, tuvo su primer hijo y decidió apartarse por un tiempo de todo lo que fuese trabajo. “Pero cuando iba al municipio a realizar trámites siempre encontraba latinoamericanos que necesitaban ayuda, así que me ponía a traducirles de manera gratuita”, recuerda la peruana. No pasó mucho tiempo antes de que su nombre se hiciera conocido en la colectividad latinoamericana de la zona, más gente la buscara y su labor voluntaria se convirtiera en un trabajo independiente, el mismo que realizaba cuando su labor como madre le dejaba tiempo.
Para cuando Sheyla tuvo a su segundo hijo, ya era toda una especialista en la gama de problemas que enfrentaban los latinos y el tipo de traducción y trámites que necesitaban realizar, y como una cosa lleva a la otra, terminó trabajando en la Asociación Internacional de Yamato donde atendía principalmente temas escolares. Pero si bien todo parecía estar en orden en su vida en cuanto a familia y trabajo, Sheyla sentía que le quedaba una tarea pendiente.
De traductora a enfermera
“En Perú mi mamá trabajaba como enfermera, y además de admirarla como madre y mujer, me sentía muy orgullosa de lo que ella hacía, por eso cuando vivía en Fukuoka estudié para auxiliar de enfermería pero nunca lo ejercí. Sin embargo, viviendo en Yamato muchas veces tuve que acudir como traductora al hospital, y eso era como un recordatorio constante de que todavía me quedaba algo por hacer, así que cuando mi segundo hijo entró al colegio y dispuse de más tiempo, decidí abandonar la traducción y postular al Hospital Minami Yamato como auxiliar de enfermería”, cuenta la peruana.
Sin embargo, Sheyla no contaba con que los duendes del destino, el karma o esas cosas del Orinoco que usted no sabe ni nosotros tampoco, le impedirían apartarse de la traducción pero a la vez, dejarían que cumpliese con el sueño de realizar el mismo trabajo que había realizado su madre.
“Yo ingresé al Hospital Minami Yamato en el 2016 como auxiliar de enfermería, pero durante una de las entrevistas que me realizaron, al ver mi hoja de vida y saber que era traductora, me preguntaron si en caso de ser necesario podría realizar traducción, y les dije que no tenía problema en hacerlo. Dos meses después llegó el primer caso de un latino que debió ser hospitalizado y operado de urgencia de la vesícula, y me llamaron para que traduzca. Lo acompañé durante todo el proceso de su internamiento que duró varios meses. A este señor lo habían rechazado en otros hospitales porque no hablaba japonés, y para mí fue la primera experiencia traduciendo en el área interna de un hospital, porque siempre había traducido en el ámbito del servicio ambulatorio, de las consultas externas”, recuerda Sheyla.
Ese fue el inicio de un periodo de seis años durante el cual Sheyla trabajó como auxiliar de enfermería y como traductora cuando era necesario. “Luego de ese primer paciente, aumentó el número de latinos que llegaban al hospital para atenderse, parece que se pasaron la voz de que el hospital contaba con traducción en castellano. En realidad, el Minami Yamato siempre ha atendido extranjeros de diversas nacionalidades, pero si el extranjero no entendía japonés debía llegar acompañado de su propio traductor”, acota la peruana.
Un hospital como pocos
Cuando Sheyla ingresó a trabajar en el Hospital Minami Yamato, el nosocomio municipal ya era conocido por ser uno de los mejores de todo el país en varias de sus especialidades, sin embargo y desde el 2022, a esa buena reputación el hospital le ha sumado el hecho de ser el primero en todo Japón que mantiene un servicio permanente de traducción en castellano.
“Oficina Internacional del Hospital Minami Yamato”, es el nombre oficial del departamento de traducción del nosocomio cuya jefa o responsable es Sheyla Ito, quien comanda un grupo de seis auxiliares de enfermería/traductoras.
“Extraoficialmente, la Oficina Internacional comenzó a trabajar en el 2020, y como la afluencia de extranjeros de habla castellana al hospital es constante, la oficina se oficializó el año pasado. Somos cuatro personas las que trabajamos de forma permanente en esta sección atendiendo todos los días de la semana, y si el trabajo se recarga, tengo la opción de llamar a dos personas más que también trabajan en el hospital, pero que tienen la capacidad de servir como traductoras”, explica la peruana.
“Si un paciente de habla castellana desea el servicio de traducción para cualquiera de las especialidades en las que atiende el hospital, debe registrarse y sacar cita. Pero si se acude a emergencias la atención es inmediata. En nuestros registros de traducción tenemos a más de 400 pacientes que constantemente visitan el hospital, y el número crece de manera constante. Lenta pero constante”, acota Sheyla.
“Si llega un paciente de habla hispana a nuestro hospital y luego de atenderlo necesita otro tipo de atención que no tenemos en el Minami Yamato, nosotros mismos nos encargamos de buscarle el hospital al que tiene que ir, y si necesita traducción en ese nuevo hospital también nos encargamos de realizarla pero por teléfono”, explica la peruana.
“Escuchen a su cuerpo”
A lo largo de todo el tiempo que tiene traduciendo temas médicos, tanto a nivel particular como desde que trabaja en el Hospital Minami Yamato, Sheyla ha notado patrones de conducta bastante comunes en una buena parte de la colectividad latinoamericana. “Las enfermedades más comunes entre los latinos tienen que ver con el estómago, la diabetes y también hay una alta incidencia de cáncer. Lo más común es ver que los latinos descuidan su salud, creen que las molestias que tienen son algo pasajero y muchas veces cuando reaccionan y acuden al hospital, ya es tarde, sobre todo en temas relacionados con el cáncer. He visto muchos casos de este tipo. Por eso, la principal recomendación que puedo hacer es que escuchen a su cuerpo. Si sienten alguna molestia o dolor es su cuerpo que les está hablando, háganle caso, no dejen las cosas para después”, pide la peruana.
“Otra cosa muy común entre los latinoamericanos es que se medican solos, con medicinas de su país. Lo que no se dan cuenta, es que al tomar medicinas más potentes que las que recetan en Japón, por ejemplo antibióticos, están creando una resistencia a cualquier tratamiento que se les pueda aplicar en un hospital japonés cuando realmente lo necesitan. Porque la medicina japonesa es menos invasiva y lo que hace es ayudar a que el cuerpo reaccione ante las enfermedades por sí solo, sobre todo para evitar los efectos secundarios que siempre tienen los medicamentos”, añade Sheyla.
Por último, la peruana recomienda pero sobre todo aclara, que el examen médico anual que hace la fábrica o el municipio para las personas mayores de 50 años no es suficiente. “Es un examen básico, no es completo. Lo ideal sería que todas las personas, especialmente las mayores, se hagan exámenes completos y especializados una vez al año. Cuestan un poquito más pero vale la pena, porque la mejor medicina es la prevención y la detección de las enfermedades en sus primeras etapas, sobre todo en el cáncer”.