POR: EDUARDO AZATO / FOTOS: Eduardo Azato, Prensa Nikkei
Ed.229 JUL-AGO-SEP 2024
En 1964, Japón tenía registrados a 71 peruanos viviendo en su territorio. Sesenta años después, son casi 50 mil, aunque ya fueron mucho más. Revisamos en este artículo algunos datos estadísticos y acontecimientos relacionados a los peruanos del Japón.
71 PERUANOS EN 1964
En el año que Japón le demostró al mundo que se erguía como nación moderna organizando unos espléndidos Juegos Olímpicos, dos décadas después de haber sido humillado y reducido a cenizas tras perder la guerra, vivía en Japón un total de 659 mil extranjeros. En los registros migratorios de ese año se contabilizaron 71 peruanos, 37 hombres y 34 mujeres. Del total, más de la mitad de ellos frisaba la veintena de edad. Cinco años después, el número creció a 127 (72 hombres y 55 mujeres).
Debe indicarse, sin embargo, que el número sería mayor, habida cuenta que en las estadísticas de la época indicando la prefectura de residencia de los registrados, no figura Okinawa, que desde el final de la guerra (1945) y hasta 1972, cuando se produjo su devolución al Japón, era jurisdicción de Estados Unidos.
Se sabe que desde antes de la década del setenta, no era raro que muchos inmigrantes japoneses que vivían en Perú enviasen a estudiar al Japón a alguno de sus jóvenes hijos peruanos, entre los cuales muchos tenían doble nacionalidad. Muchas de estas familias tenían orígenes okinawenses y mantuvieron estrecho contacto con sus parientes, hecho que, décadas después, facilitaría mucho la llegada de los primeros “dekasegi” que llegaron de forma particular al Japón.
En 1974, en otro informe migratorio emitido por la misma entidad, el número de peruanos creció a 284 (170 hombres y 114 mujeres). De ellos, 168 tenían entre 20 y 40 años de edad.
“BURBUJA” EN JAPÓN, CRISIS EN SUDAMÉRICA
La década de los 80 representó una época de bienestar para Japón mientras que, al otro lado del mundo, Latinoamérica se sumía en una grave crisis económica y social. Podría decirse que los primeros trabajadores “dekasegi” sudamericanos llegaron a mediados de esa década, aprovechando la estrecha relación familiar con sus parientes japoneses. Lo hacían individualmente, asumiendo todos los gastos económicos y viajando con visas de visita familiar. Muchos llegaron al Japón por esta vía, principalmente a la prefectura de Okinawa, donde los recibían parientes que les ayudaban a colocarse laboralmente, de forma directa, o a través de la agencia nacional de empleo (hoy Hello Work).
En Japón habían 452 peruanos en 1984 y dos años después llegaban a ser 553. La gran mayoría registró su lugar de residencia en Okinawa, mientras que también se establecieron en Tokio y Kanagawa, en ese orden.
Para 1988 prácticamente el número había duplicado llegando a 864 (488 hombres y 376 mujeres) y se hizo evidente que centenares de sudamericanos de origen japonés venían optando por emigrar al país de sus ancestros prefiriéndolo a destinos habituales como los Estados Unidos o países de Europa. La mayoría de los peruanos seguía registrada con una dirección en Okinawa, mientras que aumentó la cantidad de gente que vivía en Kanagawa, superando largamente a la que vivía en Tokio. Las fábricas de Kanagawa, desde esta época, recibieron en cantidad considerable a los trabajadores sudamericanos.
“DEKASEGI” AÑO UNO
Escapar al extranjero, huyendo de la crisis económica, acrecentada por la inestabilidad social y el avance del terrorismo en el caso peruano era, en 1989 un objetivo preciado. Para los descendientes de japoneses, el país de sus padres o abuelos, se presentaba como el lugar idóneo para hacerlo, aunque los costes del viaje no estaban al alcance de todos. Se abrió allí una oportunidad de negocios que muchos no desaprovecharon.
Surgieron las empresas que a través de agencias de viajes organizaron viajes grupales, financiando los gastos de viaje y facilitando los contactos con agencias de empleo que se comprometían a colocar a los trabajadores en las fábricas japonesas, resolviendo además cuestiones como el hospedaje, documentación y asistencia en la rutina diaria, empezando por el idioma. Sobre el papel -aunque no siempre fue así, sino todo lo contrario-, una gestión organizada que facilitaría las cosas para quienes se aventuraron a convertirse en “dekasegi”, una palabra japonesa que la mayoría añadió a su incipiente dominio del “nihongo”.
A partir de ese año la diáspora adquirió un nuevo cariz y la opción individual se tornó grupal, con delegaciones de trabajadores saliendo casi a diario tomando vuelos con destino al Japón a través de infinidad de rutas, sea con visa de visita familiar o de entrenamiento técnico, otra de las modalidades que le permitían al extranjero trabajar por seis meses, al término de los cuales debían abandonar el país.
Es por eso que para muchos 1989 da inicio al llamado “Fenómeno Dekasegi”, porque comenzaron a viajar al Japón en forma masiva a través del nuevo esquema de las agencias contratistas. En diciembre de aquél año, el número de peruanos superaba los 4000.
LA VISA “NIKKEI”
En 1990 el gobierno japonés modificó sus leyes migratorias, favoreciendo a los extranjeros de ascendencia japonesa con un nuevo tipo de visa que les permitía vivir y trabajar sin restricciones con una prolongación de su tiempo de estancia, susceptible de ser renovada.
En Perú la violencia terrorista se extendía por todo el país y la economía marcó una inflación récord que llegó ese año al 7,649%. Quienes estuvieron en condiciones de hacerlo, no tuvieron que pensarlo mucho para escapar de esta caótica situación. Los registros de inmigración de ese año contabilizaron un número de 10,279 peruanos (7,032 hombres y 3,247 mujeres).
Para ese año, había peruanos en 39 de las 47 prefecturas del Japón, siempre con la mayoría viviendo en Kanagawa, pero ahora también superando el millar en Tochigi y Aichi, entre las localidades donde se concentró el mayor número. En 1992 el número se había triplicado con 31,051 personas y presencia en la totalidad de prefecturas del país.
JAPÓN EL NUEVO “EL DORADO”
El “Fenómeno Dekasegi” trascendió el entorno de la colectividad japonesa y Japón pasó a ser opción también para todo aquél peruano urgido por dejar el país en procura de mejores oportunidades. De hecho, muchas familias sin estatus de residencia se arriesgaron a vivir en Japón en condiciones irregulares cuando sus visas caducaron y no pudieron renovarlas.
Un informe del Ministerio de Justicia de 1995 resaltado por la socióloga Nanako Inaba, (profesora de la Universidad de Sofía) en el capítulo “Migrantes peruanos sin papeles”, del libro “Peruanos en Japón, pasado y presente”, publicado este año, hace ver que el número de peruanos registrados era de 36,269, mientras que el de personas de la misma nacionalidad en situación migratoria irregular ascendía a 15,301 sin permiso de residencia. A través de los años, este número descendió considerablemente y muchos consiguieron regularizar su situación y sus permisos de residencia, mientras que otros debieron abandonar el país.
EL NUEVO SIGLO
Para el año 2000, ya se tenía una comunidad de peruanos bastante dinámica con asociaciones regionales, medios de comunicación, clubes deportivos, así como locales comerciales y diferentes tipos de emprendimiento en casi todas las prefecturas donde hubiera concentración de peruanos. Actividades de corte social, deportivo y artístico fueron frecuentes. Para entonces residía en Japón, según los números oficiales, un contingente de 46,171 personas, de las cuales 10,413 tenían entre 0 y 19 años. Japón continuaba siendo atractivo económicamente para venir a trabajar, pese a los altibajos de su economía.
JAPÓN EN CRISIS: EL CAMINO DE VUELTA
La población de nacionalidad peruana en el año 2008 llegó a su mayor número en el tiempo que lleva en Japón. Vivía en las 47 prefecturas de Japón 59,723 personas, de las cuales 31,673 eran hombres y 28,050 mujeres. En Kanagawa y Aichi vivían más de 8 mil personas, y en Shizuoka más de 6 mil; las tres prefecturas en donde se concentraban mayoritariamente.
Fue también el año de la crisis de Lehman Brothers, una financiera que ofrecía servicios en el sector inmobiliario con inversiones de alto riesgo que se declaró en quiebra en septiembre, originando una situación caótica en los Estados Unidos que, como en un “efecto dominó”, acabó colapsando el sistema económico global en la mayor crisis mundial ya sufrida.
Aquí en Japón, las declaraciones de Taro Aso, entonces Primer Ministro japonés, graficaron la gravedad de la situación: “Es una tormenta que se produce una vez cada cien años y tendremos que enfrentarla”, dijo, mientras, su ministro de Finanzas reconocía que el país entró en recesión.
La producción de la industria paró de repente y la crisis dejó sin empleo a los trabajadores con contratos de colocación temporal (haken rodousha), modalidad en la que se enmarcaba la mayoría de inmigrantes latinoamericanos. A diario los noticieros daban cuenta del número de personas que perdía sus puestos que, en su punto más alto, julio del 2009, sumó más de 3 millones, un 5,5 porcentual que lo convertía en el mayor índice de desempleo desde la época de la guerra, según informó el Ministerio de Trabajo, Salud y Bienestar.
Miles de “dekasegi” se quedaron en pocos meses sin trabajo y hasta sin lugar donde vivir. A través de esta situación muchos se enteraron que las contratistas para las que trabajaban no cumplían con brindar los mínimos derechos laborales como el seguro de desempleo. La coyuntura caótica en relación a los trabajadores de origen japonés (unos 400 mil extranjeros) llevó al gobierno a implementar exclusivamente para ellos un programa de retorno, consistente en entregar 300 mil yenes al jefe de familia y otros 200 mil por cada dependiente, a cambio de no retornar al Japón en el lapso de tres años.
La iniciativa no tuvo la acogida esperada. Solo cubrió a alrededor del 5% de la población total de trabajadores latinoamericanos. Se inscribieron al programa 21, 675 solicitantes, siendo 20,053 de nacionalidad brasileña, 903 peruanos y 719 de personas provenientes de otros países. La ayuda fue solicitada mayormente por residentes en las prefecturas de Aichi, Shizuoka y Mie.
Pese a ello, muchos peruanos optaron por hacer maletas y retornar al Perú por su cuenta, conservando sus visas. Por aquellos días, un país modernizado y bastante recuperado económicamente que alentaba la posibilidad de intentar algún tipo de inversión. Para el 2010, la población de peruanos había disminuido en unas cinco mil personas, registrando 54,636 personas.
Las catástrofes que la región de Tohoku vivió en marzo del 2011 -terremoto, tsunami y crisis nuclear-, que paralizaron al país durante algunos meses e influyeron negativamente en la economía, también influenciaron para que más peruanos dejen el Japón, aprovechando la imagen positiva que el Perú ofrecía. Para el 2012, residían en Japón 49,255 peruanos, un número que se ha venido manteniendo con mínimas alteraciones. En el período de un lustro, 10 mil personas habían optado por el retorno al Perú u otro destino fuera del Japón.
LA SITUACIÓN ACTUAL
La última estadística poblacional emitida por el órgano de Inmigración es de junio del año pasado. En este informe los peruanos en Japón sumaban 49,089 (25,610 hombres y 23,479 mujeres). La mayoría vive en Aichi (7,902), Kanagawa (6,489), Gunma (4,899), Shizuoka (4,774) y Saitama (3,367).
El número de peruanos que tiene visa permanente llega a 33,253 personas. En los últimos años, Perú figura entre los 10 países de procedencia de quienes solicitan nacionalizarse japoneses. El Ministerio de Justicia tramita anualmente un número superior a los 8 mil requerimientos de esta índole. En los últimos 5 años, obtuvieron la nacionalidad japonesa 906 peruanos.
Un dato importante para el futuro cercano, en referencia a los peruanos del Japón: un 36% tiene más de 50 años.