TEXTO: EDUARDO AZATO SHIMABUKURO
FOTOS: Archivo familiar
Ed.231 DIC. 2024-ENE.,FEB.2025
La inspiradora historia de la familia Espinoza y un Nacimiento que los acompaña durante cinco generaciones y en dos países. Para “calentar” los corazones en estas fiestas de fin de año.
El Santurantikuy (“Venta de santos” en quechua) es una feria de objetos navideños que se realiza todos los 24 de diciembre en el Cuzco, en la que se ofrecen obras artísticas de carácter religioso, especialmente nacimientos y figuras de santos. Sus orígenes son desconocidos y hay quienes afirman que data del siglo XVI. Es, también, un evento en el que se fusionan la cultura andina con la europea colonial, vigente en toda la historia peruana.
Alrededor de un siglo atrás, fue en este mercado artesanal -declarado Patrimonio Cultural del Perú desde hace 15 años- donde el patriarca de la familia Espinoza adquirió un nacimiento para adornar la sala de su hogar en las fiestas de fin de año: José, María, los tres reyes magos y, por supuesto, el “Niño Manuelito”, que es como se conoce en el mundo andino al Niño Jesús o Niño Dios, protagonista principal de los tradicionales Nacimientos, o belenes, como también se les conoce.
La alegoría del episodio que describe el misterio de la Natividad que suele adornar en diciembre muchos hogares católicos, acompañó a la familia durante muchos años en su amplia casa del pueblo cusqueño de Espinar. Desde hace poco tiempo también, aquí en Japón, es el Niño el que encabeza las celebraciones de los ocho hermanos Espinoza Enríquez y sus respectivas familias.
BÁLSAMO PARA LA TRISTEZA
El nacimiento y las celebraciones navideñas familiares ganaron más representatividad para la familia desde que hace tres años, a raíz de un episodio trágico, se decidió traer a “Manuelito” al Japón, donde está toda la familia. Nos lo cuentan las hermanas Jennifer, Maritza y Yovanna, que no pueden evitar emocionarse al recordar las navidades que gozaron de niñas en su casa de Cuzco, hace más de 40 años.
“Junto a Yovanna tuvimos que viajar de emergencia al Perú, dado que un hermano nuestro estaba muy grave, en la época de la pandemia. Lamentablemente, no pudimos llegar a verlo porque en España, durante el transbordo de vuelo, recibimos la penosa noticia de que ya había fallecido. Con mucha tristeza, viajamos a nuestra casa en Espinar (a cuatro horas del Cuzco) para encargarnos de todo y ver lo referido a la casa. Nos dimos con la sorpresa que el pesebre estaba armado, cubierto por algunas sábanas. Mi hermano, pese a que toda la familia se encuentra en Japón, siguió tratando de honrar y cumplir la tradición familiar instaurada por los abuelos, la de conmemorar la navidad como lo hicimos desde que éramos chicos”, cuenta Jennifer.
Ellas pensaron que estas costumbres también deberían ser continuadas en Japón (donde la familia ya creció con sus hijos y hasta nietos) y que para ello sería bueno llevar con ellas a las figuras del pesebre. El problema radicaba en la dificultad de transportarlas, dado que todas ellas tienen alrededor o más de un metro de altura y un peso considerable.
“Decidimos traernos a Nihon al Niño, sin saber que hacerlo funcionó como una suerte de bálsamo para el dolor que causó la irreparable pérdida de mi hermano. Fue muy emocionante, porque en varios momentos del retorno estuvimos conectadas a través de videollamadas con nuestros hermanos en Japón, que también se emocionaron por el momento que estábamos viviendo. Recuerdo que mientras llevábamos la figura en el vehículo, íbamos recordando algunas reuniones familiares y cantando villancicos. Ya a la hora de abordar el avión, nos turnábamos para llevarlo cargado durante los vuelos, como si fuera un bebé real. Las autoridades de inmigración en España, ruta por la que retornamos, se sorprendían pero nos facilitaron mucho los controles habituales, también querían verlo y tocarlo”, recuerda Yovanna, la menor de la familia.
ALGO DE HISTORIA
Fue el abuelo de nuestras entrevistadas quien instauró la tradición de reunir a la familia y quien compró el pesebre navideño. Sus padres, el Dr. Manuel Espinoza y su madre, la ciudadana española Edelmira Enríquez, se mudaron a la modesta localidad rural de Espinar porque no había médicos que atendieran a los pobladores. Allí se instalaron y vivieron hasta los 90 junto a sus 12 hijos. Son una familia muy reconocida allá, dado que alguno de sus integrantes también ocuparon importantes cargos en el municipio. Un centro de salud que se está terminando de construir allí, llevará el nombre de su padre, en reconocimiento.
“Mi papá era de esos médicos dedicados que atendían a quienes lo requerían sin pedir nada a cambio y hasta les regalaba los remedios muchas veces. Yo era niña, pero recuerdo que muchas veces le pagaban con lo que los campesinos podían darle, lo que cosechaban, quesos, los animales que criaban, etc. Mi madre también era una persona muy dinámica y caritativa que llegó a crear una fundación de ayuda a los pobladores. En Navidad, todos los años, la casa se abría para quienes quisiesen apreciar el Nacimiento que con mucho entusiasmo armaban mis hermanos mayores. Se formaban largas filas para ver al Niño, era una atracción en el pueblo. Igualmente, anualmente se regalaban juguetes a los niños, chocolatada y panetón, una tradición que siguió realizándose hasta que falleció mi hermano”, rememoran.
“Con la familia aquí en Japón, tratamos de continuar con la costumbre instaurada por mis padres para ayudar a la niñez de Espinar. Recuerdo con nostalgia que en casa todos los hermanos nos juntábamos y disfrutábamos de una cena deliciosa cocinada por mi madre, que mandaba traer camarones de Mollendo (Arequipa) para preparar un chupe, así como los infaltables pavo y lechón asado. Era un gran banquete, porque nuestra familia es numerosa ”, cuenta Maritza.
“MANUELITO” EN JAPÓN
El “Niño Manuelito”, en la tradición artística cuzqueña, se representa como un bebé blanco con cabellos negros, obtenidos del primer corte de pelo de un niño. Los artesanos lugareños, como los del famoso distrito de San Blas, suelen esculpirlo en diferentes poses, tamaños y estilos. Los hay de madera o yeso y son creados con ojos de vidrio y paladar de espejo, como el que tienen en la familia Espinoza, una figura de más de un siglo con un valor artístico y sentimental incalculable.
Consideran que haber traído la figura al Japón los ha unido más. Los ocho hermanos quieren tenerlo siempre en casa, por lo que han acordado que cada uno lo guarde en custodia durante un año y que su familia se encargue de organizar la fiesta navideña familiar como lo hacían de niños, sea en Aichi o en Tokio, donde hoy viven. Y su llegada ha sido muy bien acogida también por sus esposos (la mayoría de los hermanos están casados con japoneses), sus hijos y nietos, también nacidos aquí, los que en los últimos años han sido bautizados en el catolicismo.
“Todos los años, meses antes de cada celebración navideña se nos presenta una bonita y feliz preocupación: la de ver dónde nos reuniremos. Hasta el momento hemos podido juntarnos en las casas de dos hermanas en Tokio, donde conseguimos entrar todos. Este año lo haremos en Nagoya. Imagínese, entre hermanos, sus esposos, nuestros hijos y nietos, somos como 50 personas, un batallón. En el futuro tendremos que alquilar un local para hacerlo porque no todos tienen casas grandes. Han sido reuniones muy bonitas que han fortalecido el espíritu de familia en nosotros, como cuando estábamos en el Cuzco, y ahora añadiendo a los miembros de nuestras propias familias que han adoptado esta costumbre con mucho gusto. A raíz de todo esto, mis hijas y sobrinos también, viendo el ejemplo de sus abuelos que ayudaban a la gente humilde de Espinar, también practican trabajo comunitario en calidad de voluntarios y desean conocer algún día el pueblo. Como le digo, este Niño ha traído muchas bendiciones a la familia”, añade Maritza.
En la velada navideña de los Espinoza de estos días, no falta el Nacimiento y el árbol tradicionales, con los más chiquitines ataviados con trajes andinos y jugando bulliciosamente teniendo villancicos en quechua como fondo musical amenizando la fiesta. Y en la mesa, un sabroso caldo de gallina, pavo relleno y un chancho al palo pedidos a algún restaurant de comida latina, reemplazan al chupe de camarones y el lechón que décadas atrás preparaba hacendosamente doña Edelmira en su cocina en Cuzco. También champán, chocolate y panetón. Todos, ingredientes infaltables para pasar una navidad peruana en Japón, esperando la medianoche.
Al día siguiente, van a misa llevando consigo al Niño. Décadas atrás, en el Perú, la familia entera lo acostumbraba hacer en la parroquia del pueblo. En los últimos años, la familia entera acudió a oír la liturgia en la Iglesia de San Ignacio en Tokio, cuyo sacerdote, al ver la figura de “Manuelito”, les pidió que por favor lo ponga también en el Nacimiento que acostumbran preparar allí, para admiración y sorpresa de feligreses de toda nacionalidad, que nunca habían visto un Niño tan grande. El día 25 recuerdan también, coincidentemente, el cumpleaños del doctor Manuel, su padre.
“Es deseo de todos los hermanos que la tradición continúe aquí en Japón. No tenemos a nadie en Perú, por lo que nosotros como padres y abuelos, nos hemos trazado el reto de transmitir estas costumbres a nuestros hijos y nietos, y que ellos lo hagan con los suyos. Que Manuelito visite cada hogar. El Niño está solo por el momento pero, quien sabe, en el futuro también podamos traer desde el Cuzco a sus padres -José y la Virgen María- para que nos sigan acompañando, a él y a nosotros, aquí en Japón”, finalizan.