EL HIJO EXITOSO DE LA INMIGRACIÓN

POR: MARIO CASTRO GANOZA / Fotos: Mario Castro, YouTube-Yokoi Kenji, archivo personal / Ed.229 JUL-AGO-SEP 2024

Kenji Yokoi lleva más de 20 años haciendo trabajo social y difundiendo por el mundo de habla hispana los fundamentos de la cultura japonesa

El titular de este artículo puede parecer exagerado, pero no lo es, porque el éxito de Kenji Yokoi se puede medir de dos formas concretas: de manera numérica y por su trayectoria de vida.

En números, a Kenji Orito Yokoi Diaz, nacido en Colombia hace 44 años se le puede catalogar como una persona exitosa porque es bastante conocido, principalmente en redes sociales donde tiene 4,69 millones de seguidores en Youtube, 10 millones en Facebook, 3,9 millones en Instagram, y 86,700 en X (ex Twitter).

Por su trayectoria de vida, Kenji es una persona exitosa porque supo convertir todo lo malo, difícil, adverso y problemático que le pasó en Japón, en un mensaje positivo que difunde a lo largo y ancho del mundo de habla castellana, desde España a México y de allí a toda Latinoamérica, incluyendo países donde se concentra una gran colectividad de hispanoparlantes como Estados Unidos y Canadá.

Hijo de madre colombiana y padre japonés, Kenji pisó por primera vez estas islas cuando tenía 10 años de edad, momento desde el cual experimentó en carne propia todos los problemas de adaptación que atraviesa un inmigrante común y corriente, fue víctima de acoso (ijime) en la escuela a donde ingresó sin saber hablar japonés, y en general vivió y creció en el seno de las comunidades latinas, en esos guetos cuyos miembros por lo general, solo sirven para alimentar de mano de obra las fábricas de este archipiélago.

Pero, ¿qué es lo que hace Kenji Yokoi que lo ha convertido en un reconocido conferencista y en todo un personaje en las redes sociales?

¿Qué es lo que haces exactamente? Porque viéndote en Youtube tu labor se acerca mucho a la de un orador motivacional, a un “coach” de superación personal.No soy coach ni orador motivacional, soy trabajador social. Comencé aquí en Yokohama, trabajando con una señora japonesa de nombre Furukawa como traductor para las comunidades latinas. Con ella ayudábamos a los latinos en todas sus necesidades, a buscar un apartamento, ayudábamos a las mujeres en embarazo que no podían trabajar, en problemas de visado, etc.
Luego, a los 16 años de edad, tuve la oportunidad de viajar a Brasil y hacer unas prácticas sociales en las favelas de Río de Janeiro, lo cual reforzó mi vocación. En ese tiempo yo estudiaba en una escuela brasilera en Tsurumi (Kanagawa), y pagaba mis estudios trabajando como traductor para la propia escuela. Posteriormente y cuando tenía 23 años de edad, recién casado y con un hijo de 10 meses, terminé yéndome a vivir y trabajar en Ciudad Bolívar, en Bogotá (Colombia).
Lo de las redes sociales, las conferencias es algo que llega después.

¿Desde qué edad comenzaste a ser traductor?
Desde niño en realidad. Me convertí en traductor de manera orgánica, natural. Como les sucede a todos los niños latinos que tienen que traducir para sus padres. Yo comencé traduciendo para mi mamá, en los entornos donde ella muestra el folclor de su tierra, luego para las amigas de mi mamá, en algún momento para la embajada de Colombia y de allí pasé a traducir en fábricas para peruanos, en la escuela para brasileros, etc..
Nota: Martha Cecilia Díaz Suarez, mamá de Kenji, creó y dirige desde hace más de dos décadas el grupo de folclor Fiesta Esmeralda.

¿Por qué decidiste mudarte a vivir y trabajar en Ciudad Bolívar?
Soy de allí. Mi madre es del departamento de Tolima y cuando era pequeña, su familia llegó a vivir en Ciudad Bolívar. En aquellos tiempos esa zona era como una aldea o lo que en otros países es una favela o un asentamiento humano, y la gente que allí vivía tenía que ir a traer agua del río porque no contaba con los servicios básicos. Yo crecí en ese ambiente, rodeado de gente humilde que me marcó profundamente. Crecí en un barrio.
Ahora Ciudad Bolívar es muy grande y ha prosperado, pero tiene muchos problemas sociales y zonas pobres, por eso cuando pensé en mudarme para allá, le planteé el tema a mi esposa y ella aceptó el reto de comenzar desde cero. Fueron años duros, pero logramos salir adelante haciendo trabajo social a todo nivel, porque no solo daba charlas en colegios sino en empresas e instituciones de todo tipo como las fuerzas armadas. Luego me comenzaron a invitar a otros países, pero mi base siempre ha sido Ciudad Bolívar, donde mi principal objetivo es formar a las nuevas generaciones, porque son el futuro.
En Colombia nació mi segundo hijo, Keigo Daniel que ya tiene 16 años, el mayor, Kenji David tiene 22 años y actualmente, desde hace menos de un año toda la familia nos hemos mudado a Estados Unidos, porque sigo trabajando en Colombia y Latinoamérica, pero también quiero desarrollar proyectos en Japón con la comunidad hispanohablante, y en Estados Unidos estamos cerca de ambos países.

¿Cómo así terminaste en Japón cuando eras niño?
Mi padre es japonés y trabajaba en Colombia para la NEC involucrado en todo el tema de instalación de satélites, conoció a mi madre en la Universidad Nacional de Colombia a donde fue a buscar unas clases para mejorar su español y terminaron casándose.
Cuando yo tenía 10 años, en 1990 y debido a que Colombia se pone pesada con el tema de la violencia, la NEC decide retirar a sus empleados y regresarlos a Japón.
Nos instalamos en Yokohama y luego de vivir ocho años aquí, nació mi hermana Tamami, luego Hajime y luego Emi.

¿Fue difícil adaptarse?
Fue un choque total. En Colombia, para mí los japoneses eran personas amigables, simpáticas, pero aquí en Japón pude verlos en su entorno y lo que más me chocó fue la disciplina y la organización que existe, las jerarquías, la forma en la que se le tiene que hablar a un superior o una persona mayor, incluso si es niño como tú.
Cuando llegué a Japón también me di cuenta de que durante todo el tiempo que vivimos en Colombia, mi papá, de manera muy inteligente, había estado en silencio aceptando la cultura latina, adaptándose sin imponer sus costumbres para que mi madre y yo no sufriéramos.
En el colegio sufrí de acoso, pero más que nada por parte de las niñas, porque con los niños los problemas los resolvía peleando, era hasta divertido.
Pase por momentos deprimentes e incluso llegue a pensar en el suicidio, pero mi parte latina logró sacarme adelante. Hoy y viendo las cosas en retrospectiva, todo lo que me pasó fue maravilloso, fantástico, supremamente positivo para mi cerebro y especialmente para mis experiencias de infancia. En realidad, Japón les dio mucho equilibrio a mis raíces, a mi cultura, incluso a mis traumas.

El tema de la identidad es algo muy personal, nadie está obligado a sentirse una u otra cosa al margen de lo que digan sus documentos, pero tú, ¿qué te consideras: nikkei, colombiano, japonés….?
Depende de la situación. Técnicamente soy nikkei, pero cuando estoy viendo un partido de fútbol de mi país Colombia, me apasiona mucho, y me duele cuando Japón pierde algún juego. Lo que quiero decir es que tengo unos rasgos muy latinos, pero lo japonés me hace mucha falta siempre y en todo lugar, por ejemplo, la comida, el ofuro.
Cuando a mí me preguntan yo digo que soy colombiano, pero mi esposa y mis amigos cercanos me dicen que soy muy japonés.
Los expertos dicen que el cerebro es un disco duro que se cierra como a los 13 ó 14 años, como yo salí de Colombia a los 10, me faltó poco para ser completamente latino.

¿Cómo surge lo que tú llamas tu parte mediática, el personaje de las redes sociales que el público identifica con Japón?
Lo de hablar en público lo adquirí cuando comencé a trabajar como traductor para conferencistas brasileros que visitaban Japón, en reuniones masivas con futbolistas brasileros, he traducido en ceremonias religiosas como matrimonios e incluso, los testimonios de mafiosos que se convirtieron al cristianismo y a los que sus familias les permitieron hablar de su experiencia en público.
Por otra parte, hablar de Japón siempre ha funcionado muy bien para mí, pero mi objetivo no es hablar de Japón o de la cultura japonesa. Mi objetivo siempre ha sido enseñar cómo el ser humano puede combatir y superar flagelos sociales como la violencia y la pobreza.
Cuando comencé con mi trabajo social en Colombia, intenté muchas cosas para hacer llegar mi mensaje, pero era complicado sobre todo porque mi audiencia eran niños, trabajaba principalmente con ellos. Un día me di cuenta que los niños no querían saber nada de problemas sociales, de patologías, de comportamiento o patrones culturales, pero sí les llamaba la atención mi nombre y mi origen japonés y por eso me acribillaban a preguntas: ¿en Japón comen o no comen rata? ¿Cómo son allá? ¿Qué cosas hay allá? ¿Por qué usted habla nuestro idioma? Y allí fue que decidí aprovechar ese interés para presentar los temas sociales y ejemplificarlos a través de lo japonés.
Luego descubrí que series como Dragon Ball y las actitudes y el comportamiento de Goku frente a la amistad y su tolerancia ante Vegeta, me servían de maravilla para transmitir mi mensaje y hacer trabajo social. Descubrí que el buen comportamiento de un samurái, que debe ser honorable hasta con sus enemigos, me servía para transmitir principios. Ese fue el comienzo de todo.
Hablar de Japón también me permitió contar que a pesar de la imagen de país exitoso que tiene, esta es una sociedad que también tiene flagelos sociales como la pobreza y altas cifras de suicidio, los cuales se derivan de problemas más profundos. Hablar de todo esto me sirvió para que el público latino entendiera que, si Japón pudo superar todo esto, ellos también podían hacerlo.

Ahora el Kenji Yokoi mediático tiene más de 18 millones de seguidores en redes sociales
Es algo que jamás pasó por mi mente, que tantas personas supieran quien es uno, que escucharan constantemente mi mensaje y me escriban. Interactuar con tantas personas es algo que todavía no logro dimensionar y que agradezco y respeto mucho. A la vez, me parece una forma fantástica de dejar un legado para las siguientes generaciones.

La imagen que tiene el mundo de Japón es la de un país casi perfecto, con ciudadanos casi perfectos porque son educados, trabajadores, etc. Pero quienes conocemos Japón sabemos que no es así. ¿Qué comentario te merece o cómo enfocas ese tema?
Cuando alguien habla muy bien de Japón, la tendencia de los que conocemos este país es la de decir “no todo es así”, e inmediatamente comenzamos a enumerar las cosas malas. Del mismo modo, cuando un extranjero analiza el país de manera descuidada, entonces uno dice “no, no es así”, y comienza uno a defender Japón. Y en ambas situaciones los argumentos son válidos y están respaldados por cifras, no son solo opiniones.
Lo que quiero decir, es que es arrollador el progreso que ha tenido Japón en todo sentido, pero eso no significa que no existan cosas malas y por mejorar. Por eso siempre hay que buscar un equilibrio entre una y otra postura.

¿Los japoneses son tan educados y humildes como todo el mundo cree?
En general sí. Pero en Japón se respetan mucho las formas, los protocolos sociales lo cual quiere decir que incluso si un japonés está pensando mal de nosotros, criticándonos y sintiéndose superior, igual nos hará una reverencia, nos cederá el paso y nos agradecerá por estar allí. Y eso hará pensar al extranjero que el japonés es humilde, pero en realidad solo estará respetando las formas.
Por el contrario, en Latinoamérica podemos cruzarnos con un latino lleno de cadenas de oro que habla fuerte, y eso nos puede hacer pensar que es una persona arrogante, cuando en realidad puede que sea una persona buena y empática que solo actúa de acuerdo a las formas y costumbres de su país. Es decir, que hace lo mismo que el japonés.
Por eso, puede que realmente sea más grosero un japonés con su formalismo que el latino con su informalidad.

¿Qué reflexión te genera el hecho de que Japón se le llame “hafu” (del inglés half, mitad) al hijo de un japonés y un extranjero? Hay quien opina que eso es discriminación, es como decirle a ese niño “tú eres hafu porque solo eres mitad japonés”.
Yo no le doy mucha importancia a la terminología, sino a la entonación, a la carga emocional con la que me dicen algo. Yo me he sentido muy bien recibido cuando alguien me ha dicho “gaijin-san”, cuando la palabra correcta es gaikokujin y para muchos el término gaijin es ofensivo. Pero yo me sentí bien porque la persona que me llamó gaijin-san lo dijo con cariño, con afecto.
En el mundo entero hoy se le está dando una prioridad enorme a la terminología, qué términos debemos aceptar, cambiar, etc. Obviamente, hay palabras que debemos eliminar de nuestro léxico porque son obsoletas, mientras que debemos agregar otras palabras que describen los tiempos modernos, pero el ser humano no se librará de flagelos como el acoso y la discriminación eliminando o sumando palabras, sino quitando los sentimientos y emociones negativas.

¿Qué es lo que le ha dado Japón a tu vida?
Equilibrio, mucho equilibrio. Por supuesto disciplina, pero casi todo lo que Japón me ha enseñado termina dándole equilibrio a mis excesos latinos. Y el equilibrio genera mucha paz, tranquilidad, serenidad.

¿Qué de malo tiene Japón?
En Japón existió un periodo denominado Sakoku, que fue cuando el país se cerró al mundo exterior por más de 200 años, y esto generó en el japonés una velocidad distinta a la hora de procesar conceptos y pensar, una velocidad que desespera al resto del mundo. Por un lado, esta forma de ser le ha dado buenos resultados a Japón, pero al mismo tiempo ha generado un aislamiento en la personalidad del japonés e incluso atrasos en la parte emocional. Porque poder abrirse en este país, ser quien uno es, decir lo que uno quiere, esa libertad parece fácil para nosotros los latinos, pero es muy difícil para el japonés.
Entonces, un japonés que logra esa libertad, que logra aprender de los latinos y ser como nosotros, se convierte en una persona rara, que rompe los códigos.

Si tuvieses que exportar algo de Japón a Latinoamérica, ¿qué sería?
El sentido de tribu, de pertenencia al grupo que tiene el japonés.
Porque ese sentido de pertenencia genera una responsabilidad en el japonés y lo hace pensar que todos los niños son nuestros niños, que la sociedad es nuestra sociedad, que todos los corruptos son nuestros corruptos y por eso debemos hacernos cargo del problema y solucionarlo.
Como latino me da una envidia terrible ver ese sentido de pertenencia, porque si en nuestros países nos hiciéramos responsables de nuestros vándalos, de nuestros corruptos, de nuestros delincuentes y de nuestras guerrillas, si asumiésemos todos esos problemas, sería más sencillo solucionarlos.
La riqueza más grande que para mí tienen los japoneses, es que se ven como hermanos, a pesar de que no se abrazan y de la distancia física que hay entre ellos. Por ejemplo, un japonés puede regañar respetuosamente a otro japonés en la calle, sin conocerlo, si lo ve haciendo algo malo. Puede decirle “qué está haciendo, ¿dónde está su sentido común?” Y ese japonés al que regañan, muy probablemente va a decir perdón, aceptará su error y tratará de remediar lo malo que hizo.

Entre las muchas sentencias y frases que usas hay una que sobresale: “tarde o temprano la disciplina superará a la inteligencia”…
Esa frase no es mía, me la decía mi padre cuando yo era pequeño y le iba a pedir ayuda porque no entendía las cosas. Yo aprovechaba a sentarme con él en el tatami, después que llegaba del trabajo y mientras lo veía con su camisa blanca, fumando o tomándose una cerveza, allí llegaba yo con mis preguntas, y en esas ocasiones era cuando me decía: “no importa que no entienda nada en la escuela, solo siga las reglas, haga caso, salude, respete, si le dicen que se pare, hágalo porque tarde o temprano la disciplina vencerá a la inteligencia. Tarde o temprano aprenderá. Aquí no interesan las individualidades inteligentes, sino personas que hagan caso al sistema, que cumplan las normas, que lleguen puntuales porque eso genera disciplina”.
Dicho al revés, mi padre lo que me decía era que la falta de disciplina me iba a quitar las mejores oportunidades de mi vida, porque solamente con inteligencia no iba a lograr lo que quería. Y miremos a Latinoamérica y claramente veremos que hay mucho talento, pero poca organización, poca disciplina.

Es evidente que en tu vida, en tu trabajo y en el discurso que utilizas, tu padre juega un papel importante, ¿Qué papel ha jugado tu madre en tu formación, tomando en cuenta que ella es un inmigrante que se zambulló contigo en una cultura que no conocía?
Yo admiro mucho a mi padre, lo estudio, lo analizo, pero en el caso de mi mamá me sorprendo de lo parecidos que somos, por eso no necesito analizarla.
Mi madre es una mujer llena de vida que ha sacado adelante a su familia y que le ha dado vida a mi padre.
Mi papá sufrió una trombosis hace como 10 años y eso le paralizó medio cuerpo, y en ese momento según me contó él mismo, pensó que el suicidio era una forma honorable de terminar las cosas porque no se sentía completo, pero mi padre se olvidó de todas esas ideas porque mi madre le infundió ganas de vivir. Es increíble como mi madre hace brillar los ojos de papá. Él habla de ella y llora.
Un día cuando fui a visitar a mi papá al hospital, no sabía ni qué decirle porque era duro ver a un hombre tan fuerte en esa situación, y de pronto llega mi madre sentada en una silla de ruedas que se encontró en el pasillo, toda colorida y alegre para sorprender a mi papá, y los dos se comenzaron a reír de las locuras de mi madre. La admiro mucho.
Mi madre tiene 64 años de edad y acaba de irse con nosotros a un recorrido de 400 kilómetros en bicicleta por el sur de Japón. Es una mujer llena de vida.

¿Cuál crees qué será el futuro de las comunidades latinas en Japón?
Yo llegué a Japón en otra época, y ahora me impresiona mucho ver cómo los latinos y los extranjeros en general, han ganado presencia en muchos lugares donde antes nosotros ni pensábamos en acercarnos. Y todo parece indicar que ese proceso continuará, y es algo bueno, porque en un mundo como el actual donde la multiculturalidad está ganando cada vez más terreno, Japón necesita a los extranjeros para encontrar un balance.
Incluso, si bien muchos extranjeros no hablan perfectamente el japonés, en cambio sí entienden los códigos, las formas de la sociedad japonesa y actúan en base a ellas, y eso beneficia mucho a Japón, porque hay un lenguaje mucho más importante que las palabras, y es el lenguaje universal de la empatía, de humanidad, de sentido común.

En tu discurso utilizas bastante el humor y la ironía.
El latino siempre es muy picante y habla con doble sentido. Y en nuestra parte del mundo crecimos viendo a personajes como Cantinflas, por ejemplo, que utilizaba un léxico lleno de humor para dejar una enseñanza. Pero eso es algo que también existe en Japón, que yo descubrí cuando llegué a este país y que me gustó mucho porque era muy sanador. Por eso es que comencé a aprender japonés viendo a personajes como Shimura Ken, que en paz descansé.
Y creo que inevitablemente todo eso se trasladó a mi discurso. Incluso, es algo que siempre debo controlar para no irme solamente por el lado del entretenimiento.

Entonces eres un cómico frustrado
Algo así. Cuando era joven y vivía en Japón, me percaté que los latinos tenían nostalgia de celebrar los cumpleaños de los niños como lo hacían en su país, es decir con piñata y payaso, así que para ganarme algo de dinero yo me ponía a fabricar las piñatas y hacía de payaso en las fiestas, me pintaba el rostro y me ponía a jugar con los niños y con los padres, hacía todo en los dos idiomas, castellano y español.
Luego aprendí a hacer de mimo, y viaje por mucho tiempo por varias partes de Japón haciendo de mimo en las estaciones de tren. A la vez, esta experiencia me permitió realizar investigación social sobre el comportamiento de los japoneses. Porque en esta sociedad que no se toca es difícil pedirle un abrazo a alguien, pero un mimo tiene cierto permiso para el contacto físico. Al final de mi acto explicaba mi labor social, y pedía opiniones entre los asistentes.

¿Hay mucha diferencia entre Kenji Yokoi el personaje y Kenji Yokoi la persona?
Mucha. Aunque para explicarlo mejor no diría que son diferencias, sino que el Kenji Yokoi de las redes está incompleto. Porque la pantalla de una computadora o de un celular es un espacio muy pequeño para que entre todo un ser humano.
Por lo general y no me refiero solo a mi caso, la totalidad del personaje siempre es mucho mejor porque es más completa, solo que muchas áreas de los personajes no venden y por eso no se muestran. Adicionalmente, en las redes hay ciertos parámetros que se deben respetar, mucho más si el mensaje que se emite es familiar.
En mi caso particular, muchas personas que me siguen en redes y con las que he tenido oportunidad de conversar en persona, piensan que yo estoy diciendo siempre cosas sabias, inteligentes o interesantes, pero la verdad es que el 80% de mi vida me la paso hablando tonterías o incluso palabrotas, que en realidad son muy liberadoras y que liberan estrés, son palabras muy potentes para expresar algo, palabras de las que tampoco se puede abusar y estar diciéndolas todo el tiempo, porque de lo contrario pierden efectividad.
En resumen, puedo decir que el Kenji Yokoi de carne y hueso es más rico, más completo y no es tan perfecto como el personaje.

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