UN PERUANO QUE VUELA ALTO

POR: MARIO CASTRO / Ed.220 OCTUBRE-NOVIEMBRE 2022

El peruano tiene bajo su mando directo a un equipo de 10 empleados fijos y maneja los servicios logísticos que JAL le da a Philippine Airline

Ricardo Nakao comenzó cargando maletas en el Aeropuerto Internacional de Narita y ahora es el gerente de una aerolínea en el la principal terminal aérea del país

Sentado detrás del escritorio que ocupa como gerente de Philippine Airlines en el Aeropuerto Internacional de Narita, el peruano Ricardo Nakao sonríe satisfecho al recordar aquel 31 de agosto de 1989, cuando con 25 años a cuestas y sólo US$ 200 en el bolsillo, aterrizó por primera vez en la terminal aérea donde ahora trabaja, y la cual conoce como la palma de su mano.

La satisfacción de Ricardo es justificada, porque desde que comenzó a trabajar en el Aeropuerto Internacional de Narita en 1992, pasó de cargar maletas para los pasajeros de American Airlines a ocupar uno de los peldaños más altos de la pirámide laboral dentro de su actual compañía: gerente general de Philippine Airlines en el principal puerto aéreo del archipiélago. Un puesto al que llegó por merecimientos propios y luego de haber desarrollado diferentes labores como por ejemplo, traductor y personal de enlace entre American Airlines y la Oficina de Inmigración de Narita; o despachando vuelos en el counter de la empresa estadounidense, la cual necesitaba desesperadamente personal de habla castellana en sus mostradores de atención, para hacer frente a la marea de dekasegi latinoamericanos en general y peruanos en especial, que por aquellos tiempos utilizaban sus servicios para regresar de visita a nuestro continente.

La historia de Ricardo y su ascenso hasta la gerencia de una de las 68 aerolíneas que operan en el aeropuerto de Narita, tiene pasajes de lo que algunos podrían llamar “buena suerte”, como por ejemplo cuando los engorrosos trámites de su primer viaje a Japón, demoraron apenas dos semanas porque sus abuelos japoneses estaban vivos y tenía todos los documentos necesarios; o cuando un año después de llegar a estas islas y ante la necesidad de renovar visa, se aventuró a viajar hasta Okinawa sin saber hablar japonés para conocer a los familiares de sus abuelos y lograr que estos, le proporcionaran el koseki familiar y una carta de garantía, cosa que logró y gracias a lo cual, fue uno de los primeros dekasegi peruanos en obtener el visado de tres años que por ese entonces Inmigración le daba a poquísimos extranjeros.

Incluso, se puede llamar “buena suerte” a la vez que la hermana menor de José un amigo de infancia, le proporcionó el contacto para ingresar a trabajar en el Aeropuerto de Narita, un contacto que el propio José se había negado a darle un par de horas antes por sabe Dios qué razones, aduciendo que no habían vacantes en la contratista.

Sin embargo y si se analiza detenidamente, la historia de Ricardo es un ejemplo de la enorme y positiva influencia que puede tener en la vida de un inmigrante, no solo el esfuerzo, la honestidad y la responsabilidad en el trabajo, sino principalmente el estudio y la preparación. En el caso de Ricardo fue su conocimiento del idioma inglés y posteriormente su estudio del japonés, lo que no solo le abrió la puerta del progreso, sino lo que le permitió alcanzar un nivel y calidad de vida que él mismo confiesa, jamás pensó tener cuando aquel 31 de agosto de 1989 pisó por primera vez este archipiélago.

Año 1995, Ricardo posa junto a la peruana Paola Uematsu en los counter de pasajeros del aeropuerto de Narita, cuando ambos trabajaban para American Airlines. Paola sigue laborando en la compañía estadounidense.

Del estudio al trabajo

Ricardo Castro Nakao nació en el distrito chalaco de Bellavista el 10 de octubre de 1963 (59), se crió entre los distritos de Breña (Lima) y Ventanilla (Callao) mientras vivió en el Perú, y actualmente reside en la prefectura de Chiba, donde prácticamente ha vivido desde que llegó a este archipiélago como parte de los primeros grupos de dekasegi peruanos que aterrizaron en Japón, grupos que fueron organizados por Inoue Travel Service, una agencia de viajes que surtía las necesidades de mano de obra de la contratista Narukawa (Naruse/Senaru), cuyas oficinas todavía funcionan en la ciudad de Mooka (Tochigi).

Okinawenses de nacimiento, los dos abuelos de Ricardo, Tokuji Nakao y Toku (Oshiro) Nakao desembarcaron en Huaral cuando el calendario marcaba el año 1925. Dedicado inicialmente a labores agrícolas, con el tiempo Tokuji Nakao abandonó el campo y abrió una peluquería que se ubicaba en la Calle Derecha, una de las principales arterías comerciales de Huaral.

“Las personas mayores todavía se acuerdan de la peluquería de mi abuelo, lo comprobé yo mismo cuando visité la ciudad años atrás”, indica Ricardo quien además añade: “En Huaral vivían muchos inmigrantes japoneses, quizás por eso en la ciudad abrieron una escuela japonesa a donde mis abuelos mandaron a estudiar a sus hijos. Ellos (los abuelos) nunca llegaron a hablar bien el castellano y como muchos descendientes, mi mamá, mis tíos y nosotros los nietos fuimos criados de acuerdo a la tradición y los códigos morales japoneses, escuchando hablar japonés a los abuelos o lo que nosotros creíamos que era japonés, porque cuando llegue a Japón recién entendí que lo que hablaban mis abuelos entre ellos no era japonés sino uchin?guchi , el dialecto de Okinawa”, recuerda Ricardo entre risas.

El mayor de dos hermanos, Ricardo quedó huérfano cuando tenía 17 años y cursaba el quinto año de media en el colegio Teniente Clavero de la Ciudad Naval, en Ventanilla. “Como soy el mayor y mi papá ya no estaba me propuse comenzar a trabajar apenas terminara el colegio, pero mi tío Alejandro, el hermano menor de mi mamá que era como un segundo padre para mí, me dijo que no me preocupara por nada, que él se encargaría de pagarme la universidad y así lo hizo. Ingresé a la Universidad Inca Garcilaso de la Vega a estudiar Ingeniería Administrativa, un nombre pomposo para la carrera de Administración de Empresas”, explica Ricardo que hasta ese momento y si bien había sido criado “a la japonesa”, no había tenido mucho contacto con la colectividad nikkei.

La inestabilidad política y la inseguridad terrorista del Perú de aquellos años, convirtieron la experiencia universitaria de Ricardo en prácticamente una pérdida de tiempo e incluso, en una actividad relativamente peligrosa. “Mi facultad estaba politizada y el Tercio Estudiantil, el organismo que representa a los alumnos, era manejado por un partido político que cuando se le daba la gana cancelaba las clases para hacer reuniones en el patio, donde se hablaba sólo de política, un tema que a muchos de los alumnos no nos interesaba pero igual nos obligaban a asistir a esas reuniones. En resumen, casi no estudiábamos y todo era una pérdida de tiempo y de dinero, porque igual había que pagar la universidad”, explica.

Ante una situación tan inestable y con un futuro que presentaba más dudas que certezas, no pasó mucho tiempo antes de que Ricardo se decidiera a compartir su tiempo entre los estudios y un trabajo de medio tiempo en la Casa de Deportes Mitsuwa, la cual era propiedad de una señora nissei que solo empleaba jóvenes descendientes como vendedores.

“Allí fue cuando comencé a tener más contacto con la gente de la colectividad nikkei y a frecuentar el Estadio la Unión para participar en los torneos de fútbol, porque me jalaron para que jugara en un equipo que era propiedad de los dueños de las bicicletas Mister, que también eran nikkei. Lo particular de este equipo era que si jugabas para ellos y querías, también te daban trabajo en sus tiendas o en su fábrica, así que finalmente dejé el trabajo de medio tiempo en Deportes Mitsuwa y comencé a trabajar a tiempo completo como vendedor en la tienda que Mister tenía en la Avenida Abancay (centro de Lima), porque para ese momento la situación en la universidad hacía imposible continuar mis estudios”.

La desaparición de los amigos

Corría el año 1989, Ricardo seguía trabajando en Mister, tenía 25 años y un matrimonio recién iniciado con Mariel, su compañera de toda la vida, cuando comenzó a notar “que mis amigos iban desapareciendo”.
“Yo me encontraba con alguien y le preguntaba por fulanito o sutanito y me decían que no sabían nada de ellos desde hacía un buen tiempo. Y esto me sucedió varias veces hasta que un amigo del Estadio la Unión con el que jugaba fútbol, me contó que todos nuestros conocidos estaban viajando a Japón para trabajar, y que quien se encargaba de todo era la agencia de viajes Inoue Travel Service cuyas oficinas se encontraban en la avenida La Colmena, a pocas cuadras de donde yo trabajaba. Entre ese instante, y el momento en el que tuve todo listo para viajar a Japón, pasaron poco más de dos semanas. Todo fue rapidísimo. Inoue (Travel Service) se encargó de todos los trámites incluido sacarme el pasaporte y cubrir el costo del pasaje, que después yo tenía que devolver cuando estuviese trabajando en Japón”, reseña Ricardo.

Sin embargo y cuando se encontraba en plenos preparativos del viaje, Ricardo se enfrentó a un problema por donde menos se lo esperaba: “Mi abuelo no quería que yo viajara y se negó rotundamente a darme cualquier tipo de contacto en Japón. Cuando le pregunté por qué su respuesta me dejó frío (sorprendido). Me dijo que yo no hablaba el idioma, que no conocía Japón y que mucho menos sabía en qué y dónde iba a trabajar, que eso fue exactamente lo que le pasó a él y a muchos japoneses que emigraron al Perú donde por no conocer el idioma los trataron mal y los llamaban “chinos”. En resumen, mi abuelo me dijo que no quería que yo sufriera todo lo que él había sufrido como dekasegi. Yo le agradecí su preocupación pero le respondí que ya tenía decidido el viaje. Se quedó mirándome por un momento, me deseó buena suerte y luego se dió media vuelta y siguió haciendo sus cosas”.

La llegada

Ricardo recuerda perfectamente, “como si fuera ayer”, el día que aterrizó en Japón, pasó Inmigración, recogió su maleta y salió al salón de llegadas del Terminal 1 del Aeropuerto Internacional de Narita, donde tres personas de rasgos japoneses los esperaban con cartelitos en los que se podía leer “Inoue Travel Service”.

“Mi grupo estaba conformado por 66 personas y desde el aeropuerto nos separaron en tres minibuses para llevarnos a diferentes destinos. A mí me tocó ir a Mooka donde menos de una semana después ingresé a trabajar en la fábrica Kinugawa Gomu. Allí encontré a varios conocidos del Estadio la Unión, incluso a uno de mis primos y también hice nuevos amigos. En realidad las cosas y el ambiente resultaron mejor de lo que me había imaginado, y eso me tranquilizó bastante”, confiesa Ricardo.

El primer año de la estadía de Ricardo en Japón concluyó con un viaje a Okinawa, “una Odisea en la que a pesar de no hablar japonés, llegué a conocer a la familia de mis dos abuelos que inicialmente desconfiaron de las razones de mi viaje a Nago. Ellos pensaban que yo había ido a reclamar herencia, tierras o propiedades de mis abuelos, cuando lo único que yo quería era el koseki de mi mamá y una carta de garantía de algún familiar para renovar la visa de un año que me habían dado.

Afortunadamente obtuve los documentos que necesitaba, renové mi visa por tres años y con esa tranquilidad, en diciembre del 1990 regresé al Perú para pasar navidad, conocer a mi hija que había nacido hacía ocho meses y organizar el viaje de mi esposa a Japón, con quien en enero de 1991 aterricé en Narita solo que ya por nuestra cuenta, sin depender de una agencia de viajes o empresa contratista. Por eso fue que no regresé a Moka sino que entré a trabajar en una empresa en Fuchu (Tokio), con la que viajé por todo Japón construyendo y reparando pistas atléticas en colegios y coliseos. Ese trabajo me ayudó bastante a mejorar mi japonés, porque yo era el único extranjero en la compañía”, recuerda Ricardo.

Entre maletas… con saco y corbata

Corría enero de 1992 cuando Ricardo decidió cambiar nuevamente de trabajo, porque eso de construir pistas atléticas por todo el país era muy divertido, pero lo obligaba a estar mucho tiempo fuera de casa y por ende, a descuidar a la familia.

“Cuando regresé al Perú de visita, un señor amigo de mi familia me había comentado que su hijo José, amigo mío de infancia, le había dicho que trabajaba en el aeropuerto de Narita para American Airlines, y me recomendó que si necesitaba algo que lo fuera a buscar. Eso hice cuando decidí cambiar de trabajo, pero resultó que José no trabajaba para American Airlines sino cargando maletas para una empresa que brindaba servicio para varias aerolíneas, y cuando lo ubiqué y pude hablar con él, quizás por vergüenza o sabe Dios por qué razones, me mintió diciéndome que no habían vacantes en su contratista. Y digo que me mintió porque cuando salía del edificio rumbo a la estación de tren, me encontré con la hermana menor de José a la que también conozco, y cuando se enteró que estaba buscando trabajo llamó inmediatamente a su contratista que me aceptó en el momento. De esa forma fue que ingresé a trabajar cargando maletas en el Aeropuerto Internacional de Narita”, recuerda Ricardo.
Por esas ironías de la vida, luego de varios meses de trabajar en labores generales y gracias a su conocimiento del inglés y su manejo del japonés, Ricardo fue destinado por la contratista a trabajar en el mostrador de pasajeros de American Airlines, acomodando en la banda transportadora las maletas de los viajeros que hacían el check-in. “Eso me permitió tener contacto directo y conocer a todo el personal de la aerolínea, incluido el gerente de Narita que poco tiempo después de que comencé a trabajar, se me acercó y me dijo que necesitaba hablar conmigo”, recuerda Ricardo, cuyo manejo de varios idiomas volvió a ser decisivo a la hora de decidir su destino dentro de la empresa estadounidense.

“Como sabía que yo era peruano y hablaba castellano, el favor que me pidió el gerente de American Airlines fue que sirviera de traductor entre la aerolínea, la oficina de Inmigración del aeropuerto y los pasajeros de habla castellana que American había transportado hasta Japón, y que la Inmigración no dejaba entrar al país. Porque cuando a un pasajero se le niega el ingreso a un país, la aerolínea que lo transporta tiene la responsabilidad de regresar al país donde embarcó, y American no tenía a nadie que pudiera hacer ese trabajo de información y coordinación con los pasajeros que llegaban de Perú y Latinoamérica en general”, explica Ricardo, que comenzó a desarrollar sus labores como traductor y enlace con Inmigración solo cuando era necesario, ya que el resto del tiempo seguía cargando maletas en el mostrador de pasajeros.

Por aquellos años, mediados de la década de los 90, las autoridades migratorias japonesas decidieron cancelar el visado automático que le otorgaban a los ciudadanos de algunos países latinoamericanos, entre ellos a los peruanos, porque comenzaron a detectar muchos casos de documentos falsificados con apellidos japoneses, lo cual le permitía al supuesto descendiente nikkei ingresar al país con visado de turista, y luego cambiar ese permiso por un visado de trabajo.

“Tuve que tratar casos realmente tristes de personas que vendieron sus casas, carros, pidieron plata prestada o renunciaron a sus trabajos para obtener el dinero para venir a Japón. La gente lloraba y me pedía por favor que la ayude, pero yo no podía hacer nada porque no tenía ningún poder de decisión. Además, cuando nosotros (la aerolínea) llegábamos a la oficina de Inmigración, los pasajeros ya habían firmado una aceptación voluntaria para ser expulsados del país. En más de una oportunidad me sentí realmente mal desde el punto de vista humano y emocional, porque no era fácil ver la desesperación de la gente, y cuando eso pasaba me preguntaba “¿qué hago acá, si mi trabajo es cargar maletas?” recuerda el peruano.

Sin embargo, la extraña situación laboral de Ricardo no pasó desapercibida para el propio gerente de American Airlines de Narita, quien en 1994 le propuso que pasara a formar parte de la empresa estadounidense o lo que es lo mismo, que se convirtiera en el primer dekasegi latinoamericano en ser contratado directamente por una aerolínea, no solo en el Aeropuerto Internacional de Narita sino a nivel de todos los aeropuertos del país.

“Lo pensé bastante y lo consulté mucho con mi esposa porque la verdad, como no hablaba suficiente japonés y mi inglés no era perfecto, me dio un poco de temor no ser capaz de desarrollar el trabajo y cumplir con las expectativas, pero finalmente decidí tirarme a la piscina y acepté”, explica Ricardo, que inmediatamente debió realizar cursos de capacitación para aprender normas de seguridad, lenguaje aeronáutico, códigos de ciudades y aeropuertos pero sobre todo, debió aprender a manejar el sistema computarizado de la aerolínea. En otras palabras, Ricardo no fue contratado directamente por American Airlines para que siguiera cargando maletas, de hecho dejó de hacerlo y se convirtió en un empleado regular que pocas semanas después, comenzó a encargarse de los pasajeros de habla castellana en el mostrador de check-in de los vuelos que la aerolínea despachaba rumbo a Latinoamérica.

Con el pasar de los meses y años, la presencia de Ricardo (y posteriormente de Paola Uematsu, otra peruana) en la línea aérea más utilizada por los peruanos que viven en Japón no pasó desapercibida, al punto de llegar a convertirse en “el peruano de American Airlines”al que muchos compatriotas buscaban para que los ayude en diversas aspectos del viaje. “Era realmente satisfactorio ayudar a los compatriotas en lo que fuera posible, por ejemplo si el equipaje se pasaba un par de kilos, pero muchas veces las maletas eran demasiado pesadas y cuando les decía que tenían que pagar por el exceso de equipaje se negaban y salían con el clásico “que te crees, solo porque trabajas en una línea aérea”. Lo que muchos no entendían por más que se los explicaba, era que nosotros teníamos un supervisor que controlaba todos los detalles del check-in, no podíamos hacer lo que se nos diera la gana”, lamenta Ricardo.

Otra cosa que con el tiempo aprendió Ricardo, fue que los cursos de capacitación y actualización a los que era enviado, tanto dentro de Japón como en Estados Unidos, no eran simples trámites para cumplir con las regulaciones de la empresa. “Sí asistías a un curso siempre tenías que dar un examen al final, y si tu nota era inferior al 80% te despedían de la empresa, algo que se mantiene hasta la actualidad. Y las capacitaciones son constantes porque la aviación civil se encuentra en constante evolución”, acota el peruano.

De América a Filipinas

La aventura de Ricardo en American Airlines terminó en el 2003, cuando fue tentado por Philippines Airlines para que pasara a sus filas, inicialmente, desempeñando el mismo trabajo que realizaba en la empresa estadounidense.

“Para ese momento yo ya tenía nueve años de experiencia en American, así que conocía perfectamente el trabajo que prácticamente es el mismo en todas las aerolíneas. Por eso cuando el gerente de Philippines Airlines me propuso trabajar para ellos, realmente me gustó la propuesta, no solo porque las condiciones laborales eran buenas sino principalmente porque vi que era una oportunidad para crecer. Y no me equivoqué”, reflexiona Ricardo, que inmediatamente fue enviado a Manila (Filipinas) para tomar los cursos de capacitación respectivos para conocer la rutina de su nueva empresa, la cual despacha cuatro vuelos al día entre Narita y la capital filipina.

Desde ese momento, Ricardo fue escalando peldaño a peldaño la pirámide laboral de Philippine Airlines hasta llegar a convertirse en gerente general de la compañía en el Aeropuerto Internacional de Haneda (Tokio). Cargo que ocupó por espacio de 20 meses para luego ser trasladado a la terminal aérea de Narita ocupando el mismo cargo.

“Nuestra aerolínea opera desde los aeropuertos de Narita, Haneda, Fukuoka, Nagoya y Osaka. Hace casi cinco años el gerente general de Haneda renunció y me ofrecieron el puesto a mi, así que lo acepté de inmediato. Posteriormente, la compañía decidió trasladarme a Narita, que es el principal aeropuerto desde donde operamos”, añade el peruano que si bien disfruta de su trabajo, agrega: “Por encima del cargo que ocupo, gerente general de la aerolínea en un aeropuerto, existe un solo cargo, el de gerente general de la empresa en todo Japón. Y sí, es un buen trabajo que disfruto mucho, pero también es una enorme responsabilidad sobre mis hombros, porque debo controlar y aprobar todos los detalles de los vuelos que parten y llegan a Narita, desde la cantidad de combustible que se utiliza, el manejo del equipaje o el menú que se sirve a bordo. Y obviamente, si algo no sale bien la primera cabeza que puede rodar es la mía”, explica Ricardo, que si bien fue el primer peruano en volar alto y ser contratado directamente por una aerolínea, actualmente no es el único porque junto a él vuelan, también alto aunque en otras compañías, Paola Uematsu y Miguel Morikawa (American Airlines), y Silvia Shikiya (China Airlines).

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