APOSTAR POR EL FUTURO

POR: JORGE TOKESHI
FOTO: ARCHIVO PERSONAL

¿Cuáles son las mejores oportunidades de negocios o posibilidades de “recursearse» ante las amenazas e incertidumbres que se viven en una coyuntura de pandemia y de guerra entre Rusia y Ucrania?

Me surgen algunas preguntas tales como, ¿a qué tipo de lectores va dirigido el artículo? ¿Va dirigido a quien tiene unos ahorros que todavía puede invertir? ¿O es para un trabajador que ha perdido su empleo y a las justas tiene para vivir decentemente y que tiene un miedo totalmente justificado sobre lo que pasará en el futuro? Estas y otras interrogantes me hicieron dudar. Sin embargo, creo, hay un argumento común entre todos los potenciales lectores: la incertidumbre sobre el futuro.

Para poder invertir, en tiempos normales, existe un horizonte de tiempo en el que se realizan las inversiones y se espera un retorno decente de ellas.

Pero cuando cunde el pesimismo y la desesperanza, y estos sentimientos conducen a una condición en que se piensa que la situación producto de la COVID-19 no tiene visos de nunca acabar y lo mejor es aguantar las inversiones para ver que pasa. Y allí está, tal vez lo que hace falta: la confianza de un futuro mejor o simplemente que haya un futuro…
Por ello, decidí escribir algunas ideas sobre lo que se podría hacer durante esta epidemia, pero eso es al final del artículo.

Permítanme compartir unos pensamientos personales sobre lo que me hace siempre sentir que habrá siempre un futuro y que debemos de apostar por ello.

Como un Nikkei de la tercera generación, de niño en los años 60, estuve expuesto en una Lima que ya se fue, a una serie de experiencias en las que se buscaba conservar las tradiciones de una Okinawa que vivía en la memoria de los primeros inmigrantes al Perú y en muchos de los de la segunda generación que estudiaron en Japón durante la Segunda Guerra Mundial y que luego, en los años 50 regresaron al Perú.

Crecí en un ambiente en el que se hablaba principalmente el dialecto Okinawense entre mis padres, mis abuelos y sus conocidos. Yo no entendía nada; pero eso sí, aprendí bien el español escuchando las conversaciones floridas de los clientes del bar que tenía mi abuelo paterno dentro de su tienda de abarrotes, tienda donde pasé mi niñez jugando y fantaseando con pistolas y sombreros de vaqueros.

Aprendí tan bien el español, que cuando estrené orgulloso a los tres años un sonoro ‘Caraj#!?’ para entrenar mis habilidades lingüísticas en medio de una tertulia familiar, aprendí dura y contundentemente, que es mejor guardarse su uso para mejores ocasiones. Ahora con muchísima más edad, cada vez que se me quiere escapar un sonoro ‘Caraj#!?’, veo al niño que nunca comprendió porque se le cayó el plato de sopa de entre las manos de mi mamá al escucharme decirla, y me aguanto.

En fin, entre esas tradiciones imborrables, estaba la celebración del Obon, la tradición Budista japonesa para honrar a los antepasados, cuyos espíritus supuestamente nos visitan a través de los altares, butsudan, que se conservan en nuestros hogares.

Se cuenta que estos espíritus visitan nuestras casas a partir del 13 de julio antes de regresar al más allá la noche del 16 de julio. Muchas familias adornan el pequeño altar de su casa, con decoraciones especiales y ofrendas para agasajarlos. Actualmente las fechas oficiales para el Obon en gran parte de Japón se celebran del 13 al 15 de agosto, y aunque no hay días feriados asociados a esta celebración, muchas empresas ofrecen días libres a partir del 10 de agosto para que sus empleados puedan celebrar este “tsuki okure Obon” (Obon un mes tarde) hasta el 17 ó 18 de agosto.

Durante la celebración Obon, aparte de las ceremonias que se realizaban en casa, había festivales de danzas y canciones organizadas por la comunidad Okinawense en teatros como el desaparecido Teatro Apolo de los Barrios Altos en Lima. Allí se mezclaban sentimientos, el homenaje a los ancestros; pero también se celebraba la memoria de un Japón que tal vez muchos de los primeros inmigrantes no volverían a ver de nuevo.

Recuerdo muy bien a mi abuelo paterno tocando en casa el Shamisen, el instrumento musical tradicional de tres cuerdas, preparándose para tales eventos. En su sonido plañidero y melancólico, tal vez él se acordaba de las playas de su infancia y juventud de ese lejano Okinawa, tal vez se acordaba de la familia que dejó atrás cuando emigró al Perú y en los muchos que partieron sin poder decir un adiós, tal vez se acordaba del hijo que despidió un día del puerto rumbo a estudiar en Okinawa con la promesa de verse de nuevo algún día cercano y que nunca volvió a ver porque falleció en un bombardeo cuando era un escolar en la lejana Naha, tal vez se acordaba que su espíritu estaba vivo todavía y que había que prepararse para recibirlo durante el Obon. Y tal vez eso último hacía que al final, el sonido de su Shamisen también tuviera algo de dulce, como lo es la esperanza.

Y de eso es lo que quería escribir. Sobre la esperanza. El creer que somos un eslabón en una larga cadena familiar en la que uno es y será porque hubo otros antes que nosotros y que esa cadena no se romperá. Tenemos que pensar en la generación futura y no podemos darnos el lujo de decir que ya se la arreglará como puedan. Es una responsabilidad creer que hay un futuro mejor y hacer lo mejor para que sea una realidad.

Y el honrar a los ancestros, de una u otra manera, es ayudar a creer en el pasado, confiar en el presente, y tener esperanza para con el futuro. Y, de nuevo, esa cadena no se romperá. Y con esa esperanza, personalmente, me da optimismo para invertir para el ahora y el futuro.

Quisiera recomendarles una melodía, Shima Uta (Canción de la Isla), que refleja, a mi parecer, la añoranza por el terruño que se dejó atrás y la esperanza de volverla a ver:

Ahora bien, el lector se preguntará qué hay de concreto sobre lo que se puede hacer ahora durante estos tiempos tan duros e inciertos.

Con la promesa de compartir en un próximo artículo consejos más concretos, quisiera hacer hincapié en una de las condiciones importantes para poder seguir adelante.

Y esa condición es: estar preparado para lo que será lo ‘normal’, especialmente en el área laboral. Los nuevos tiempos requieren ahora un mayor nivel de conocimientos y especialización que antes. Y estos están más disponibles gracias a la tecnología digital. Ahora es posible capacitarse a través de excelentes cursos o seminarios ‘en-línea’ con amplia cobertura temática y en varios idiomas, en algunos casos gratis.

Pero aún cuando no lo sean, he allí la mejor inversión que uno puede hacer en estos tiempos: invertir en educación para enfrentarse a unas condiciones laborales más competitivas y duras. Eso nunca tiene pierde. Y especialmente aquellos que puedan utilizar la tecnología para la información y puedan trabajar desde sus hogares tendrán una ventaja competitiva mayor y también mayores conocimientos para decidir en qué invertir.

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