LOS LAPADULAS DE CATAR 2022

El brasilero Thiago Silva (izquierda) intenta alcanzar el balón que ya abraza el guardameta serbio Vanja Milinkovic-Savic, nacido en España. Vanja Milinkovic-Savic, de padres serbios, decidió representar al país donde se encuentran sus raíces familiares, al igual que lo ha hecho su hermano Sergej.

POR: MARIO CASTRO / Ed.222 MARZO-ABRIL 2023

El papel de los inmigrantes en el panorama del fútbol mundial
En el año 2020, el primero de la pandemia de COVID-19, una “enfermedad” menos importante y contagiosa pero igual de preocupante, al menos para el hincha blanquirrojo, agobiaba a nuestra selección de fútbol: una carencía casi crónica de delanteros.

La edad y las lesiones de Paolo Guerrero y Jefferson Farfán, que hasta ese momento se habían ocupado de remecer las redes contrarias, hacía improbable que ambos siguieran colaborando con la clasificación de Perú a Catar 2022, mientras que Raúl Ruidíaz, la más destacada de las opciones restantes, seguía sin anotar cuando jugaba en la selección, a pesar de que se cansaba de marcar goles, romper récords y ganar premios cuando vestía las sedas de su club.

Fue en ese contexto que apareció en el panorama de la selección que en ese momento dirigía el argentino Ricardo Gareca, la figura de Gianluca Lapadula, un centro delantero que con sus goles, entrega, pundonor y humildad terminaría conquistando a todo el Perú y convirtiéndose hasta la fecha, en uno de los jugadores con mayor “jale” y popularidad de nuestra selección.

Sin embargo y cuando se planteó la posibilidad de que Lapadula jugase por el combinado patrio, cierto sector de la prensa peruana e incluso de la propia población se atrevió a decir que Gianluca, hijo de madre chola y de padre tano, por haber nacido y crecido en Turín (Torino), Italia, no era peruano.

A través de un discurso completamente discriminatorio hacia los hijos de los inmigrantes peruanos que como Lapadula, habían nacido en el extranjero, los detractores aseguraban que Gianluca no podía ser parte del seleccionado patrio porque no hablaba bien el castellano, porque no sabía nada del torneo local peruano, porque no entendería la forma de pensar ni las bromas que le harían sus compañeros de equipo, e incluso y en el colmo de la ridiculez y la falta de argumentos, porque no conocía la Videna, complejo donde normalmente entrena y concentra la selección.

Dos años después de aquella vergonzosa polémica, el Mundial de Catar, donde luego de 36 años Argentina volvió a levantar el trofeo de campeón, registró un dato que dejó en ridículo a todos aquellos que discriminaron a Lapadula: 137 (16,4%) de los 832 futbolistas que participaron en la Copa del Mundo, lo hicieron representando a la selección de un país en el cual no habían nacido.

A pesar de que estos 137 futbolistas pueda parecer un número bastante abultado, en realidad son sólo la punta del iceberg de una realidad multicultural muchísimo mayor. Nos explicamos.

Hasta aquí hemos hablado de jugadores que representaron a la selección de un país donde no nacieron, grupo que se divide en dos categorías: atletas que como Lapadula, representaron a una selección con la que tienen lazos culturales y sanguíneos a través de sus padres o abuelos inmigrantes; y jugadores que no tienen lazos culturales ni sanguíneos con un país, pero que vistieron su camiseta porque obtuvieron la nacionalidad.

Sin embargo, el Mundial de Catar también dejó ricos registros de otro tipo de casos: los de jugadores inmigrantes o hijos de inmigrantes que decidieron representar a la selección del país que los acogió. Quizás el caso más destacado y del cual hablaremos líneas adelante fue el de Francia, subcampeón en Catar, cuya selección estuvo mayoritariamente conformada por atletas de otros orígenes, principalmente africano, como su estrella Kylian Mbappé.

Adicionalmente y si el punto de discusión es la nacionalidad de un jugador, lo cual lo califica o no para defender a un determinado país, habría que incluir dentro de este recuento a todos aquellos futbolistas que poseen doble nacionalidad, un grupo en el que por ejemplo y para sorpresa de muchos, figuran varias de las estrellas de la selección brasileña como Casemiro, Lucas Paquetá, Dani Alves, Marquinhos, Eder Militao, Thiago Silva y Vinicius Junior.

Incluso el propio Leo Messi forma parte de este grupo, ya que el 26 de septiembre del 2005 y cuando sólo tenía 18 años, el flamante campeón del mundo obtuvo la nacionalidad española.

En resumen y por todo lo expuesto, veremos que Catar (y el fútbol en sí mismo) estuvo repleto de jugadores inmigrantes, una globalización que ya es imparable.

Timothy Castagne de Be?lgica (izquierda de rojo) intenta detener al canadiense nacionalizado Alphonso Davies quien nació en Buduburam, Ghana.

¿Un fenómeno reciente?

Una prueba más de lo arcaico y desfasado, por no hablar de lo negativo, que es el pensamiento discriminatorio que un sector de la prensa y la población peruana utilizó para evaluar el caso Lapadula, es que el fenómeno de los “jugadores inmigrantes” no es algo nuevo sino un fenómeno que comenzó con la misma historia de los mundiales, hace 92 años, exactamente en 1930 cuando la FIFA organizó la primera Copa del Mundo en Uruguay.

En aquel torneo, Estados Unidos una de las 13 selecciones participantes, ocupó el tercer lugar jugando con cinco futbolistas nacidos en Escocia, uno nacido en Inglaterra, otro nacido en Canadá de ascendencia francesa, y con Arnie Oliver, un centrocampista hijo de inmigrantes británicos.

En el partido de semifinales de ese mismo mundial, Estados Unidos cayó derrotado por 6-1 ante la Argentina de Atilio Demaría y Luis Monti, jugadores que en la Copa del Mundo de Italia 1934 defendieron los colores del equipo anfitrión, el cual se coronó campeón teniendo en su escuadra a los también argentinos Enrique Guaita y Raimundo “Mumo” Orsi, así como al brasileño Anfilogino Guarisi, todos ellos, hijos de emigrantes italianos radicados en Argentina y Brasil.

El fenómeno de los jugadores inmigrantes o nacionalizados es tan común dentro del fútbol a nivel de selecciones, que varias de sus máximas figuras históricas forman parte de este colectivo, como por ejemplo Alfredo di Stéfano que en 1947 jugó para Argentina su país natal, en 1949 defendió las sedas de la selección colombiana y desde 1957 hasta 1961, fue quizás el más destacado jugador del combinado español.

Otros ejemplos son los de la leyenda húngara Ferenc Puskás, quien defendió los colores de Hungría y España; y el brasilero José Altafini, que en el mundial de Suiza 58 alineó con el combinado nacional de su país, mientras que en la copa de Chile 62 se pasó a las filas italianas.

Con el paso de los años y de los mundiales, el fenómeno fue creciendo al punto de que en Sudáfrica 2010 los lapadulas sumaron 77 jugadores; cuatro años después en Brasil 2014 la cifra subió a 85; en Rusia 2018 el número descendió ligeramente a 82 para casi duplicarse en Catar 2022, que además de haber sido el primer mundial que se organizó en el mundo árabe, también fue la Copa del Mundo más globalizada de la historia.

Un dato adicional que no demuestra lo antiguo sino más bien lo extendido del fenómeno, es que de las 32 selecciones participantes en Catar, 28 llevaron en sus filas a jugadores inmigrantes. O si se quiere ver por el otro lado, solo cuatro equipos presentaron plantillas donde todos los atletas habían nacido dentro de su territorio: Argentina, Brasil, Corea del Sur y Arabia Saudita.

Incluso Japón, un país de mentalidad completamente nacionalista, bastante cerrado a la inmigración y sin leyes que favorezcan este fenómeno global, no tuvo empacho en llevar a Catar a un jugador nacido en el exterior e hijo de un japonés inmigrante: el guardameta Daniel Schmidt que llegó a este mundo hace 30 años en Illinois, Estados Unidos.

El mediocampista Aurelien Tchouameni (azul) disputa el balón con Pierre-Emile Hojbjerg de la selección de Dinamarca. Tchouameni de 22 años nació en Francia y decidió representar a esa selección, a pesar de que pudo vestir los colores de Camerún, de donde son sus dos padres.

Un fenómeno regulado

Tan presente ha sido el fenómeno de los jugadores inmigrantes a lo largo de la historia del fútbol, que en 1990 y para evitar confusiones y problemas, la FIFA decidió regular el tema a través de lo que llama “Reglas de elegibilidad”, las cuales abordan “los criterios que se utilizan para determinar si un jugador puede representar a un país en competiciones internacionales reconocidas oficialmente y partidos amistosos”.

En el 2004 este reglamento debió ser actualizado con criterios y requisitos más específicos, en vista de la creciente tendencia mundial de los países hacia la naturalización de jugadores.

Quizás el criterio más importante incluido por la FIFA en esa actualización, fue la necesidad de que el jugador demuestre una «conexión clara» con el país que desee representar. Una conexión que podía ser “ancestral” (cultural o sanguínea), o una conexión expresada a través del tiempo que el jugador ha vivido (5 años ininterrumpidos) en el país que desea representar.

La actualización del 2004, también tuvo el espíritu de prevenir que países con menos tradición futbolística pero con un músculo financiero prácticamente ilimitado, quisieran realizar “nacionalizaciones express” de jugadores para mejorar el nivel competitivo de sus respectivas selecciones.

Pedro Miguel Carvalho Deus Correia (de rojo) nació en Portugal, a donde sus padres emigraron desde Cavo Verde (África). También conocido como Ró-Ró, Pedro Miguel se nacionalizó catarí formando parte de la selección de Catar como defensor central.

Los casos más destacados de Catar

Marruecos con 14 jugadores y Senegal y Túnez con 12 atletas cada uno, fueron las selecciones que llevaron una mayor cantidad de futbolistas inmigrantes a Catar (Ver recuadro).

De las tres selecciones la de Marruecos fue la más cosmopolita, ya que reunió en sus filas a jugadores provenientes de seis países mientras que Senegal congregó a la diáspora de 4 naciones, y Túnez hizo lo propio con jugadores provenientes de 3 países. Sin embargo, la mayor diversidad de nacionalidades la presentó el país anfitrión, Catar, cuya selección estuvo conformada por jugadores que nacieron en 8 países diferentes.

Francia fue el país donde nació la mayor cantidad de jugadores que luego decidieron representar a las selecciones donde nacieron sus padres. Túnez por ejemplo, enroló en sus filas a 10 jugadores nacidos en Francia mientras que Senegal hizo lo propio con 9 futbolistas. En total, Francia “aportó” 34 jugadores al resto de selecciones que participaron en el mundial.

Otro dato importante para comprender la dimensión del fenómeno migratorio dentro del fútbol, es que de los 130 futbolistas convocados por las selecciones africanas que participaron en Catar, 55 (42,3%) nacieron fuera del continente negro.

En la orilla opuesta, en Catar jugaron 19 atletas que nacieron en África pero que representaron a selecciones de otro continente, principalmente europeas. En este grupo se encuentran nombres como Ansu Fati (España), Eduardo Camavinga (Francia), Youssoufa Moukoko (Alemania) y Alphonso Davies (Canadá), entre otros.

Nacieron aquí, jugaron allá

Esta tabla sólo consigna a los 137 jugadores que participaron en Catar representando un país en el cual no habían nacido. No representa el total de jugadores inmigrantes que participaron en el torneo

Los que no regresaron a sus raíces

Francia y su selección es un claro ejemplo de la importancia que pueden llegar a tener los inmigrantes dentro de la sociedad del país que los acoge, ya que en el último mundial la plantilla del combinado galo estuvo conformada en su gran mayoría por hijos de inmigrantes, principalmente africanos. De los 26 atletas del plantel, 19 (73%) tienen padres que nacieron fuera de Francia.

A diferencia de lo que hicieron otros países, que se dedicaron a “reclutar” jugadores entre su diáspora dispersa por el mundo para conformar el combinado nacional, los galos no necesitaron “importar” jugadores inmigrantes sino que simplemente aprovecharon a los que nacieron dentro de su territorio. Así y con todo derecho, los Upamecano, Konauté, Disasi, Tchouameni, Fofana y Mbappé decidieron no representar al país donde se encontraban sus raíces, sino a la nación donde habían nacido y que les había proporcionado una nueva identidad.

La selección francesa del 2022 que obtuvo el subcampeonato, fue prácticamente una réplica de la que ganó el título en el 2018. Siempre comandada por Didier Deschamps desde el banco, hace cuatro años Les Bleus lograron obtener el segundo mundial de su historia con un equipo formado en un 78% por futbolistas hijos de inmigrantes: 18 de los 23 atletas de la plantilla tenían orígenes no franceses o habían nacido fuera del país.

Lejos de lo que se podría creer y en el caso de Francia, este fenómeno de ver una selección llena de figuras inmigrantes no es algo reciente. Hace 24 años, cuando en 1998 Francia ganó su primer mundial y para colmo jugando en casa, lo hizo con una selección en la que solo militaban 8 futbolistas de origen francés, el resto eran atletas de raíces árabes y africanas comandados en el gramado por quien es considerado el mejor futbolista francés de todos los tiempos: Zinedine Zidan, de padres argelinos.

Este mismo seleccionado que tenía en sus filas figuras como Marcel Desailly (origen ghanés), Liliam Thuram (Guadalupe) y Thierry Henry (Martinica), fue el que dos años después ganó la primera Eurocopa para Francia, y lo hizo de manera aplastante y sin perder un solo partido.

Incluso podemos ir más allá y afirmar que han sido los jugadores inmigrantes los que han marcado un antes y un después en la historia de la selección francesa.

Durante la década de los años ochenta fueron jugadores inmigrantes con ancestros italianos y españoles, uno de cuyos más destacados representantes es Michel Platini (nieto de italianos), los que llevaron a la selección gala a otro nivel, ganando un tercer lugar en el mundial de España 82, su primera Eurocopa, la de 1984, y otro tercer lugar en el mundial de México 86.

Antes de todo esto, la participación más destacada de Les Blues dentro del fútbol mundial se remontaba a un tercer lugar en el mundial de Suecia 58.

Desde la década de los noventa en adelante y con la legión africana en sus filas, la selección gala alzó la copa en el mundial de Francia 98, obtuvieron el segundo lugar en Alemania 2006 (perdiendo por penales frente a Italia), volvieron a ganar el mundial en Rusia 2018 y como ya se sabe, en Catar se quedaron con el segundo puesto, nuevamente en la tanda de penales.

Pero al margen de los resultados ya obtenidos, el mundo del fútbol coincide en señalar que por su nivel de juego, su capacidad física y por sus figuras individuales, en los próximos mundiales Francia tiene muchas opciones de volver a levantar la copa. Ese es el nivel que le ha dado a la selección francesa los jugadores inmigrantes.

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