Entre la trascendencia y la supervivencia

POR: MARIO KIYOHARA / Ed.218 MAYO-MAYO 2022

Meses atrás tuve el grato privilegio de participar en un evento organizado por la Asociación de Peruanos en Japón, una organización dedicada a fortalecer mediante el diálogo y actividades la presencia y la proyección de los peruanos residentes en estas tierras.

Es natural que, en un proceso migratorio, los individuos migrantes busquen sus pares para afrontar juntos el reto de existir en un lugar y entorno nuevo y desconocido. Y no es situación exclusiva de los peruanos en Japón, lo más cercano y común fue la migración del campo a la ciudad de la década del 70 y 80 que dieron lugar en Perú a los llamados” clubes departamentales”: un lugar para reunirse con paisanos, cantar las mismas canciones y añorar el terruño que dejaron atrás.

Pero el tiempo pasa y la siguiente generación (que ya no tiene el mismo origen) cada vez se va identificando menos con la tierra y las costumbres de sus padres, y más bien, se desenvuelve mejor en la nueva tierra (que ya es suya), con las amistades, usos y costumbres diferentes al de sus padres. Es en ese momento donde ese “club” empieza a envejecer, ser ignorado y con el tiempo a morir en el anonimato.

¿Qué hacer para que esto no suceda? La respuesta no es sencilla porque el éxito definido por la trascendencia de una comunidad depende de varios factores:

Algo que los una y los mantenga en el tiempo. Una base común real y palpable es lo que le da sentido a la comunidad y será el soporte de sus actividades.

Positivismo de sus integrantes. Esto es lo primordial. No es necesario que estén todos para empezar algo, lo importante es que así sea un grupo inicial pequeño, éste tenga unas ganas de comerse al mundo, y que su actitud sea contagiosa.

Reconocimiento de los orígenes. Es el por qué estamos haciendo esto y transmitiendo a las siguientes generaciones a través de una historia que va alimentándose en el tiempo que mejora y merece ser contada.

Actividad constante. Siempre mostrarse, querer que todos sepan lo que la comunidad hace y lo importante de hacerlo. Cada pequeña cosa que se hace que llene de orgullo de ser parte de pertenecer. Siempre los hechos son los que van a darle valor. Una comunidad donde se reúne solo para hablar y no hacer nada está condenada a desaparecer.

Generosidad. La pequeña comunidad se fortalece cuando el liderazgo es reconocido y compartido por sus miembros en su fuero interno, y a su vez, tiene la capacidad de reunirse con otras sin recelo, en total apertura y con una visión constructiva. Parece sencillo, pero hacer lo contrario (encapsularse) es la causa por la que la mayoría de grupos se reducen y se disuelven con el tiempo.

Siempre nos preguntamos qué le espera a la comunidad peruana en Japón. Lo que más se ve es que mientras sea un nombre puesto a los individuos que viven cada uno lo suyo, podemos esperar muy poco. A través de estos 33 años hubieron muchas propuestas de asociaciones -y en los primeros años muy fuertes- que se fueron diluyendo en el tiempo por agotamiento, por incapacidad de transferir liderazgo, y, en su mayoría, porque pasaban más tiempo hablando que haciendo.

¿Todo está perdido? En lo absoluto. Reconocemos gente con muchas ganas de hacer y que están avanzando dentro de su localidad, con una propuesta cultural a través de la danza y la comida en una sociedad que mediante sus municipalidades es abierta a recibirlas y transmitirla a sus vecinos, lo que fomenta a su vez el conocimiento y la tolerancia por el bien de todos.

¿Y nuestros hijos se unirán? Depende de la actitud de los padres. La generación nacida en Japón ve a Perú como algo lejano (incluso hay quienes ni viajaron allá) y por su origen extranjero o mestizo se encuentran en una lucha diaria para adaptarse e insertarse en la sociedad nipona, llegando incluso a “renegar” de sus orígenes por la frustración de no integrarse como lo quisieran. Sin embargo, no es de todos, una buena parte de las siguientes generaciones se dan cuenta que esta diferencia no es un problema, más bien una oportunidad que la sociedad, en especial la empresarial, valora debido a que su facilidad de manejarse entre diversas culturas le favorece para ampliar su mercado.

Si un niño ve a sus padres orgullosos de su propuesta cultural, sea en el baile, motivando, participando y enseñando; o en la comida, cocinando, explicando el origen de los platos o participando en eventos; o en la lengua materna, hablando el español en casa, estudiando para poder comunicarse con propiedad; tengamos por seguro que esa actitud y ganas es contagiosa.

La oportunidad está ahí. Las organizaciones, asociaciones y grupos de todo tamaño y fines se encuentran vivos gracias a la fuerza de personas entusiastas y listos para recibir a personas que quieren sumar. El momento de ser parte de algo grande es ahora.

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