Daniel Olivares, un peruano en Tokio “TAXI DRIVER”

POR: EDUARDO AZATO / Ed.220 OCTUBRE-NOVIEMBRE 2022

Es uno de los conductores de las más de 43 mil unidades que prestan servicio de taxi en el Gran Tokio, labor que alterna con apariciones en la televisión como actor. Conozcamos la historia del peruano Daniel Olivares.

La industria de taxis, pese a que ya conoció mejores épocas durante los años de la “burbuja económica”, continúa siendo en Japón uno de los servicios públicos más valorados y tradicionales por la población, resistiendo aún estoicamente con su propio formato en épocas de iniciativas modernas de economía colaborativa como Uber o DiDi.

Y ello debido a eso que distingue a los negocios aquí y que ha hecho a Tokio la tercera ciudad en el mundo con el mejor servicio de taxis, luego de Londres y Nueva York: el “omotenashi”, la proverbial cortesía y trato al cliente japoneses.

Según un estudio de la Federación Japonesa de Empresas de Taxi de Alquiler, actualizado a este año, circulan en Japón un total de 221,305 vehículos, cuyo 86% pertenece a compañías de diferentes portes. Es la realidad del sector en estos días, exactamente 110 años después de que una primera flota de seis coches Ford-T perteneciente a la primera compañía de taxis en Japón, recorriera el centro de la capital desde las calles del barrio de Yurakucho.

Daniel Olivares, que tiene 50 años, pertenece a este gremio laboral y nunca pensó que podría conocer como la palma de su mano ese laberinto de calles que es Tokio. Es, muy probablemente, el primer peruano en Japón en trabajar como taxista en la capital japonesa para una de las empresas más antiguas del ramo, fundada en 1920, que tiene a su disposición una flota de 4 mil unidades en la capital.

Llegó al Japón en 1996 y al borde de los 50 años enfrentó el desafío de hacerse taxista profesional nada menos que en una de las ciudades más pobladas del mundo.

ESTUDIAR, LA ÚNICA SOLUCIÓN

Olivares llegó al Japón en 1996, a los 24 años, con la mentalidad de hacerse de un capital que le permitiera abrir un negocio propio en Lima, vinculado a su profesión. Estudió en el Instituto Nacional de Investigación y Capacitación en Telecomunicaciones (Inictel) y tras graduarse trabajó en publicidad y posteriormente en realización de comerciales, dada su experiencia en manejo de cámaras, iluminación y edición. “Cuando oí lo del Japón, como todos, me dije: dos o tres años y nos regresamos con un capital para desarrollar mi sueño, que era convertirme en director de cámaras. Así comencé a trabajar a los pocos días de mi llegada en una fábrica de autopartes, cuya labor tenía que ver con la fabricación de tapas de motores, algo en línea. Un trabajo un poco pesado”, recuerda.

Y aunque no era de las personas que se cambiaba de ocupación a menudo, Daniel comprendió que esta modalidad de trabajo no ofrecía seguridad y que su puesto estaría siempre a expensas de la situación del momento; que sería mejor encontrar algo más duradero y estable. Y que para ello debía aprender el idioma y obtener licencias para buscar algo mejor. Fue el punto de partida.

Se matriculó en una academia para aprender el japonés, donde estuvo año y medio. “Por motivos económicos dejé de ir a las clases a estudiar, aunque aprendí muchísimo, y decidí hacerlo por mi cuenta. Ya sabía leer y escribir y, gracias a que todos mis compañeros eran japoneses, me vi obligado a practicar lo que me habían enseñado. Viendo esta situación, en la fábrica me dieron la oportunidad de estudiar para sacar las licencias para manipular grúas y dirigir montacargas. Cuando se acabó el trabajo allí, me fui a trabajar a una fábrica donde ensamblaban camiones y con las licencias adquiridas, las condiciones mejoraron, aunque siempre fui de la idea que muchos de estos trabajos eran bastante peligrosos y que era mejor conseguir trabajos en otros sectores. Felizmente siempre fui precavido y obediente de las normas de seguridad, pero sí he visto que otros compañeros se accidentaron”, relata.

LA OPORTUNIDAD LLAMA A LA PUERTA

Pasaron los años y luego de pasarse al ramo de servicios trabajando en hoteles, consiguió ingresar en una compañía de servicios de limpieza de oficinas -un trabajo fácil, pero que exigía físicamente, por lo que terminó afectado de la columna- cuando conversando con una compañera sobre otras posibilidades de empleo, se ofreció a presentarle a su esposo, que era taxista y le propuso presentarse en la oficina para ver un posible reclutamiento.

“Fue todo casi producto de la casualidad. Aún inseguro, le pregunté si ese nivel de conocimiento del idioma iba a bastar para sacar las autorizaciones requeridas. Me dijo que si había sido capaz de sacar todas las licencias que tenía para manipular maquinaria de fábrica a través de escuelas japonesas, no tendría problema. Fuimos a la oficina y me presentó al dueño, que luego de unos minutos me dijo que no habría problema en aceptarme. No lo podía creer”, cuenta.

Allí comenzaría otra etapa de aprendizaje y perseverancia para Daniel. A partir de entonces, la compañía le pagaría para estudiar en una escuela para que obtenga la licencia de transportista público. “Durante casi tres meses me mandaron a una escuela en Shinjuku donde prácticamente estás todo el día aprendiendo nombres de calles, rutas, nombres de los edificios principales, hoteles, estadios, embajadas, reparticiones públicas, etc. Me demoré más porque hay muchos “kanji” que no conocía.

El examen final es de 100 preguntas, muchas ellas capciosas con palabras que verdaderamente no entendía, que intentan hacerte fallar, tras lo cual debes seguir algunos seminarios. El proceso de preparación hasta que te mandan a la calle es largo. La compañía sólo me pedía, no importa el tiempo que demore, aprobar todos los cursos y obtener el permiso. Tras ello, soy obligado a trabajar con ellos por espacio de tres años, obteniendo un porcentaje de las ganancias diarias. Ya tengo trabajando allí año y medio”, dice.

La placa que identifica a Daniel Olivares como conductor de taxi. Debió esforzarse mucho para conseguir la licencia que le permita trabajar como tal.

DÍAS DE SACRIFICIO

No hay que ser muy perspicaz para imaginar el nivel de esfuerzo que le demandó a Olivares el obtener las calificaciones aprobatorias en cada examen rendido. “A veces no lo conseguía y me daba vergüenza darle la mala noticia al jefe que, por el contrario, me alentaba a continuar estudiando. Fuera de la licencia, la empresa -una de las más exigentes en la capacitación de sus choferes- también tiene seminarios adicionales con sus propias asignaciones sobre atención al cliente, así como nuevamente ir a la escuela de manejo donde nos enseñan a manejar, pero como transportistas. Fueron varios intentos infructuosos, veía que los japoneses lo conseguían y yo no. Te juro que el día que aprobé y me otorgaron la licencia y vi mi número en la pantalla, no pude evitar llorar de alegría, es el mayor sacrificio que he realizado”, cuenta.

Daniel no tiene paraderos fijos y tiene libertad de trabajar en cualquier lugar de los 23 distritos del Gran Tokio. Trabaja de 11 a 13 días al mes, de 9 a 4 de la mañana, con tres horas para descansos. También puede salirse de la capital y llevar un pasajero a otra prefectura, pero no puede subir clientes que se desplacen por la misma prefectura o con destino a otra.
Solo puede llevar a los que se dirijan a su jurisdicción en Tokio. Hay normas que hay que seguir para evitar penalidades o suspensiones.

“Nunca voy a olvidar la primera vez que llevé a un cliente. Me moría de miedo. Luego de obtener las licencias y seminarios (siete pruebas en total). Durante tres meses la compañía nos da un sueldo sin importar cuánta ganancia hagas, y con el único requisito de recorrer 250 km, a fin de ir conociendo las calles y ganando experiencia. El primer día te acompaña un compañero más experimentado que controla tus acciones y tu trato al cliente. Me he equivocado un montón de veces pero sirve para aprender; hay gente que por tu aspecto extranjero te transmite su desconfianza y ni se sube al auto, otros que te hablan en inglés, de los que se pasan de copas y hacen escándalo, pero también de los que te felicitan por ser extranjero y trabajar como taxista. Ya aprendí a manejar cada situación”, recuerda.

Actor de “saigen dorama”
TAMBIÉN «TARENTO” EN LA TELE

Otra de las facetas de Daniel Olivares tiene que ver con la actividad artística y probablemente lo haya visto en algún programa de la televisión japonesa. Es un “tarento” extranjero (talento).

Y es que también es un actor especializado en “saigen dorama” ( drama documental) que son recreaciones de determinados hechos que ocurrieron en el extranjero y que son presentados en programas de la TV local. Para dramatizar estos casos -generalmente históricos, policiales o de misterio- los productores convocan a extranjeros que residen en Japón, sea como extras o con pequeños papeles protagónicos. A menudo se les pide que actúen en inglés, aunque no se les llega a oír porque las partes son dobladas al japonés.

Es otra de las ocupaciones alternativas de Olivares, aunque reconoce que durante tres años aproximadamente, vivió de su participación en este tipo de programas, caracterizando en cortos dramas documentales a personajes como un Albert Einstein (una historia que contaba sobre su debilidad por las mujeres) o el ex entrenador del equipo de rugby japonés Eddie Jones. Ha hecho de delincuente y detective, de piloto de avión comercial y capitán de crucero; de músico de ópera, de escalador profesional y beisbolista de las Grandes Ligas.

“Llegó a esto de la actuación, también de manera casual, cuando fui a acompañar en el 2004 a una amiga para una audición. Resulta que faltó gente para salir en la producción y me lo propusieron. Desde entonces he salido en decenas de producciones y hasta en algún comercial”, cuenta.

Nunca creyó que alguna vez podría usar las técnicas que aprendió en unos talleres de actuación que llevó a cabo en el teatro “La Cabaña” en Lima, encarando las clases de arte dramático más como un pasatiempo. “De alguna manera, esta experiencia de juventud me ayudó a salir airoso cada vez que fui convocado para algún papel, a tal punto que durante un buen tiempo solo me dediqué a esto de la actuación, actividad que he retomado recientemente. Recuerdo que la primera vez que aparecí fue como extra, como pasajero de un avión en el que viajaba un terrorista. Sólo debía aparecer sentado en mi asiento leyendo un diario y haciendo fila para entrar al baño, en otra toma”, menciona.

Caracterizado como cowboy junto al actor Dante Carver, conocido por aparecer en varios comerciales, películas y programas de TV.

“Pero la actuación de la que más me siento orgulloso es cuando debí caracterizar al caddie de un golfista profesional que sufrió una enfermedad cerebral, pero que en ese estado aún le daba asistencia durante los juegos. Debí esforzarme para interpretar los cambios que sufría el personaje a medida que pasaba el tiempo, para transmitir convincentemente sus dificultades físicas y de lenguaje, y hasta llorar ante la impotencia de no poder coger una bola”, recuerda.

Es un trabajo sacrificado porque la grabación de la parte que les corresponde puede llegar a durar días, como le ocurrió cuando tomó parte en una secuencia sobre un desastre aéreo cuya grabación transcurrió en el aeropuerto de Narita y sus inmediaciones.

“Dependiendo de la producción, a veces es necesario viajar a locaciones y no podemos retornar hasta que se terminen de grabar las secuencias. Nuestros parlamentos nos los entregan el mismo día y los ensayos los hacemos en el bus, durante el tiempo que transcurre el traslado a la locación”, explica.

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