POR: ISABEL HAMAMURA / ED.233 MAYO-JUNIO 2025
Mayo y junio siempre han sido meses vibrantes en mi vida. No solo por el cambio de estación, sino por todo lo que evocan: la familia, la gratitud, el crecimiento y la tradición.
Recuerdo con ternura a mi madre, feliz porque su cumpleaños coincidía con el 4 de mayo, en pleno Golden Week. Al día siguiente celebrábamos el Día de los Niños (5.5) con koinobori ondeando en los balcones y cascos de kabuto en casa. Para ella, mayo era el mes de las flores, de las madres y de cultivar no solo el jardín, sino también el amor por nuestros orígenes y valores familiares.
Y luego llega junio, con sus cielos cubiertos y su lluvia persistente: el tsuyu, la temporada de lluvias. Pero lejos de entristecerme, me recuerda que incluso bajo la lluvia, algo florece. Las hortensias (ajisai) estallan en colores —azules, lilas, rosas— que cambian según el suelo. Flores resilientes, fuertes y optimistas, como lo fue mi madre. Me invitan a detenerme, agradecer y aceptar que todo cambia… y está bien.
Como homenaje a nuestro prolífico Nobel Mario Vargas Llosa (quien, mientras escribo esta nota, me entero que ha “levantado vuelo”), y a su obra, lo parafraseo para concluir mi remembranza:
“La vida es valiosa precisamente porque termina.”
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Teru Teru Bozu: un anhelo colgado en la ventana
En esta época, mi madre elaboraba muñequitos blancos de papel llamados teru teru bozu para pedir buen clima. Aunque simples, encierran un deseo tierno y lleno de significado: que salga el sol.
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Ajisai: la flor del espíritu flexible y cambiante
Mi mamá repetía, como sus cuentas del rosario: “La hortensia florece en la humedad y cambia de color según el pH del suelo. En Japón, simboliza introspección, gratitud y emociones en transformación.” Yo, al reflexionar, la asocio con la belleza que abraza la lluvia.
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